Por: Gilberto Solorza
Investigadores de la Universidad de Tohoku, en Japón, presentaron el primer útero artificial completamente funcional del mundo.


Este dispositivo reproduce con precisión las condiciones del útero humano —temperatura, oxígeno, nutrientes y soporte hormonal— y permite mantener con vida y desarrollar embriones fuera del cuerpo de una madre.
El equipo japonés ya probó con éxito el sistema en fetos de cordero extremadamente prematuros, comparables a bebés humanos de unas 24 semanas de gestación. Lograron mantener con vida a embriones de entre 600 y 700 gramos, un rango donde los riesgos de salud y mortalidad siguen siendo elevados incluso con incubadoras avanzadas. Este hito abre nuevas posibilidades para salvar a neonatos prematuros extremos y facilitar tratamientos reproductivos del futuro.
El útero artificial funciona a través de un tanque amniótico lleno de una solución líquida compuesta por agua y minerales. En ese entorno, el embrión «nada», protegido del aire, mientras recibe oxígeno y nutrientes mediante un cordón umbilical conectado a una placenta artificial. Esta placenta se encarga del intercambio de gases, el transporte de nutrientes y la eliminación de desechos, igual que en un embarazo natural.
A diferencia de las incubadoras tradicionales, el ambiente líquido evita que los pulmones inmaduros sufran daño y permite al feto moverse libremente. El sistema también controla funciones vitales como la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la circulación, mientras regula los niveles hormonales necesarios para el desarrollo de los órganos.
Aunque el objetivo inmediato es salvar vidas, la tecnología plantea interrogantes profundos. ¿Qué implicaciones éticas trae una gestación sin cuerpo humano? ¿Cómo redefinimos la maternidad en este nuevo contexto? La comunidad médica y legal ya comienza a debatir cómo regular su uso antes de que la ciencia avance más rápido que nuestras leyes o valores.
Este nuevo escenario recuerda inevitablemente a Un mundo feliz, la novela de Aldous Huxley donde los seres humanos ya no nacen, sino que se fabrican. Hoy, no hablamos de una distopía literaria, sino de una realidad científica que nos obliga a repensar el origen de la vida y nuestra relación con ella.