Por: Fernando Dávila
Aldo lo logró. Fue uno de los pocos estudiantes del Colegio de Bachilleres 17 “Huayamilpas Pedregal” ubicado en la Ciudad de México que, obtuvo el Pase UAM, un nuevo mecanismo de ingreso a la universidad sin examen. Mantuvo promedio, no reprobó materias, cumplió con todo. Pero la carrera que quiere —Medicina— no está entre las opciones.
—No está, así de simple —dijo con resignación.
Su historia refleja las tensiones que atraviesa este plantel de Coyoacán. Desde que se anunció el convenio entre el Colegio de Bachilleres y la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el Pase UAM ha circulado más como rumor que como política clara. En los pasillos, se habla poco y se orienta menos.
“Solo he escuchado que entran los que no reprobaron”, dijo Jimena, de sexto semestre. Su amiga Dulce añadió: “En la página solo dicen que se firmó el convenio, pero no explican cómo”. Ambas fueron entrevistadas un día antes de la publicación oficial de la convocatoria.
Sin embargo, incluso después de haberse publicado, las dudas persisten. Leonardo, con promedio de 8.9, dijo que solo aplicaba para generaciones nuevas, pero no le importó mucho: “Yo quiero la UNAM”, sentenció, reflejando una preferencia común. Así lo comprobó una profesora del plantel, Edith Aramburo, hizo la prueba: preguntó a su grupo si elegirían el Pase UAM o la UNAM. De 32 estudiantes, 23 eligieron la segunda.
“El prestigio pesa”, reconoció Edith. Lo confirman casos como el de Dafne, egresada del plantel, quien intentó el examen cuatro veces hasta entrar a la Facultad de Derecho de la UNAM. “No quería rendirme”.
Pero no todos desestiman la UAM. Algunas alumnas, como Alexa, Fernanda o Montse, sí la contemplaban, pero nunca supieron cómo acceder. “Nos excluyeron desde que hicieron una lista”, dijo Alexa. Mientras que Fernanda, ya reprobada, lo resume con resignación: “Nunca nos dijeron nada”.
Cuenta Montse que los jefes de materia ingresaron a los salones de sexto semestre con una lista entre sus manos. La lista contenía los nombres de aquellos alumnos que sí cumplían con los requisitos para darles una continuidad universitaria. “Se pusieron de pie como 6 o 7 compañeros de mi salón y se los llevaron. A los demás ya no nos dijeron nada”
Incluso los docentes parecen estar al margen. Edith no recibió capacitación ni sabe cómo se selecciona a quienes obtienen el pase. Mencionó que ha visto publicaciones en la página de Facebook del plantel, pero admitió no saber cómo se hace la selección interna o si hay acompañamiento para quienes quedan fuera. “Creo que sí se les informa… pero más en la materia de Introducción al Trabajo, o cuando les dan una plática enfocada en la universidad”, comentó, con duda.
Aldo, aunque no usará su pase, fue a la excursión organizada por la universidad el viernes 23 de mayo. Pero tuvo que firmar un documento que no podía fotografiarse, donde autorizaba el uso de su imagen y datos. Irónicamente, la visita fue a la UAM Xochimilco, la única sede que no aparece como opción en el Pase.
Así, una política que busca ampliar el acceso, en la práctica parece reproducir desigualdades. No todos supieron que existía. No todos entendieron cómo funcionaba. Y aun quienes lo obtuvieron, no siempre pueden usarlo.
Como lo dijo Fernanda: “Aunque no entremos en el Pase, a lo mejor nos interesa la UAM, pero no nos dan la información”.
Este reportaje ha seguido el caso del plantel 17, uno de los más pequeños del sistema, con un índice de aprovechamiento entre los cinco mejores a nivel institucional, según cifras oficiales. Aun así, lo que deja este proceso no es tanto una oportunidad como una serie de preguntas abiertas sobre cómo ―y para quién― se construyen realmente estas rutas de acceso.
Si en un plantel con mayor control, mejores indicadores y menos alumnos ya se perciben estas fracturas, ¿qué puede esperarse de los más grandes, donde el aprovechamiento es menor y las oportunidades aun más difusas? Al final, la vocación por seguir estudiando parece abrirse paso sola, a pesar del sistema.
