PULSO

Eduardo Meraz

Derecho de queja

Eduardo Meraz

Este aniversario 115 del inicio de la Revolución Mexicana sirvió para conocer la declaración más profundamente neoporfirista en casi un siglo, tanto de los “herederos” de ese movimiento, como de los “entenados”, con pretensiones transformistas.

Más allá de la escenografía patriótica, resonó en la Plaza de la Constitución un discurso paradójico y evocador de las sombras del porfiriato que tanto se pretende desterrar.

Claudia Sheinbaum, presidenta de la República, se erigió como voz de continuidad, pero también como eco de advertencias que parecen dirigidas tanto a los opositores de la llamada Cuarta Transformación como a sus propios correligionarios.

La duda persiste: ¿a quién hablaba realmente la mandataria? ¿A los “contras”, inconformes con cada paso del cuatroteísmo, o a los aliados que, en su afán de poder, coquetean con la mano dura, la intervención extranjera y una libertad reservada para los privilegiados?

La ambigüedad del mensaje abre un espacio de sospecha, un terreno donde las palabras se convierten en espejos que reflejan más de lo que ocultan.

Los resultados de siete años de gobierno del cuatroteísmo han sido una etapa de golpes continuos y no hablo de violencia física, sino de las mil y una formas de la mano dura para lastimar a la sociedad, al permitir el crecimiento desmesurado de la violencia y la inseguridad, la pésima atención en el sistema de salud, entre muchos otros rubros, así como la imposición de un amasijo de leyes, muchas de ellas contradictorias.

Y qué decir de la intervención extranjera, tan repudiada en el discurso oficial, pero vuelta una presencia constante; no hace falta una invasión para sentir la mano del vecino del norte imponiendo condiciones en comercio, migración, inversión y seguridad.

La soberanía se diluye en acuerdos y presiones, mientras se proclama una independencia que, en los hechos, se encuentra hipotecada.

Respecto de la libertad hecha sólo para privilegiados, bastaría enumerar la nueva comalada de ricos surgida en estos siete años, en los cuales han hecho de la corrupción el principal instrumento para la “apropiación originaria del capital”, en su nueva versión, que no se basa en la explotación de los trabajadores, sino en la expropiación de los recursos públicos, en el despojo del dinero de los contribuyentes.

El reiterado enunciado de que México no regresará a ese pasado -el porfiriato-ni al periodo neoliberal, señalándolos como etapas marcadas por pobreza, desigualdad y corrupción, en realidad es una especie de mantra exculpatorio de antemano, conocedora de los niveles de vida y de libertades de la sociedad en los países socialistas o comunistas.

Es como si se quisiera blindar de antemano la narrativa, justificando los fracasos presentes con la sombra de los pasados. Se olvida, quizá, que los países que abrazaron modelos socialistas o comunistas hoy transpiran miseria.

Pero como los opositores a la visión cuatroteísta son perseverantes, pues la realidad les otorga la razón, pretende justificar la estrechez de resultados acusando a los otros de lo mismo que culpáis -sor Juana Inés de la Cruz, dixit-: apostar por “la calumnia, la mentira o el odio”.

El abandono de las responsabilidades sociales para con sus gobernados y el engaño de un futuro casi paradisiaco son variantes rupestres de “la calumnia, la mentira o el odio”.

La presidenta Claudia Sheinbaum, quien reafirmó su postura contra la corrupción, el clasismo y el racismo, y prometió seguir combatiendo la impunidad “con la ley en la mano”, se encuentra entre las principales promotoras de ese tipo de prácticas, pues ante cualquier acusación de esas conductas entre funcionarios, legisladores y dirigentes de su partido, pide pruebas, como fórmula para garantizar la impunidad.

La ley en la mano se convierte en un gesto vacío, un recurso retórico que no se traduce en justicia.

El desfile del 20 de noviembre, con sus caballos y carros alegóricos, recordó episodios clave de la Revolución Mexicana, pero la verdadera representación se dio en el discurso: un intento de conjurar fantasmas del pasado mientras se convive con los demonios del presente.

El porfiriato, el neoliberalismo, la corrupción, la desigualdad… todos son invocados como enemigos, mientras sus huellas se reproducen de manera bizarra en las prácticas cotidianas del poder.

Así, la Cuarta Transformación, que prometía ser ruptura, corre el riesgo de convertirse en continuidad disfrazada, en un auténtico y verdadero feudalismo autocrático.

El derecho de queja, ese que ejercemos como ciudadanos, se convierte en obligación moral, porque callar sería aceptar que la violencia, la inseguridad, la corrupción y la desigualdad son inevitables. Y no lo son.
He dicho.

EFECTO DOMINÓ

La trompicada “reingeniería” del régimen político en México ¿le es útil al crimen organizado? O bien, el “reacomodo” de los grupos delincuenciales ¿le sirve al proyecto del oficialismo? En el 2027, se develará parte del misterio.

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