PULSO

Eduardo Meraz

Síncopas y síncopes

Eduardo Meraz

Si bien no puede hablarse de la proximidad de las elecciones intermedias en México, en las filas del oficialismo las síncopas los síncopes entre sus miembros ya se dejan sentir y muchos de ellos pierden la conciencia y no solo momentáneamente.

Los puntos de vista y ritmos entre morenitas es un concierto de desconciertos, en dónde ni siquiera en el coro se ponen de acuerdo en la tonada ni el momento oportuno de hacerse notar.

En el gran teatro de la política mexicana, el oficialismo ha dejado de tocar al unísono. Lo que alguna vez pretendió ser una sinfonía de transformación nacional, hoy se escucha como un ensayo desafinado, donde cada músico interpreta su propia partitura, sin atender al compás ni a la batuta.

Prácticamente todo mundo se siente solista, capaz de dar el do de pecho, inclusive por encima de quien se supone es la directora de orquesta.

Las síncopas —esas alteraciones del ritmo que en la música pueden ser geniales— aquí se han convertido en tropiezos, en vacíos de liderazgo, en silencios incómodos que anteceden al estruendo del desconcierto.

Ante estas expresiones de síncopas multiplicándose como hongos y amenazando diluir la imagen de unidad guinda, proponen un batidillo electivo, para encimar en un solo evento las boletas de diputados federales y locales, gobernadores, presidencias municipales, juzgadores y la revocación de mandato presidencial.

Con esta síncopa de elecciones, vemos como las voces débiles quieren hacerse fuertes y alargar su presencia en la melodía oficial, más allá de sus reales posibilidades y capacidades.

Las notas están borrosas, los compases mal medidos, y la varita de mando —esa que debería marcar el ritmo y señalar las entradas— parece haberse extraviado entre los parajes y atajos existentes entre Palenque y Palacio Nacional.

La directora de orquesta —figura simbólica de quien debería marcar el tempo y la intensidad— parece ausente, o al menos, desoída; la orquesta se ha vuelto un conjunto de egos con instrumentos, donde el do de pecho se lanza sin pudor, aunque desafine, aunque rompa la melodía común.

Es justamente está infinidad de posibilidades y las inagotables marrullerías de los sinfónicos y sinfonólicos morenitas, lo que tiene a punto del síncope político a muchos de sus dirigentes, preocupados por mantenerse en la orquesta, capaces de reventar los pocos instrumentos legales que aún quedan, para sentirse partícipes y actores del último concierto.

Y es que esta síncopa electoral no es casual; es el reflejo de una orquesta que teme al silencio, que presiente el final del concierto y se aferra a los aplausos, aunque sean tibios, aunque provengan de un público cada vez más disperso, a pesar de los abonos -programas sociales y ayudas- otorgadas para garantizar su asistencia y su voto.

Porque a diferencia de los acordeones y bandoneones, los instrumentos de aliento, que antes se ocultaban entre los metales y las cuerdas, ahora quieren imponerse, alargar su solo, reclamar un bis que nadie ha pedido, pero todos desean convertirse en solistas de Palacio Nacional.

Mientras tanto, quienes se presumen operadores políticos y sus respectivos corifeos de aduladore se enredan en marrullerías, en juegos de poder que poco tienen que ver con la lealtad y mucho con la supervivencia.

Algunos aplauden por costumbre, otros por convicción, otros más por miedo al silencio. Pero muchos comienzan a abandonar la sala, hastiados de una melodía que ya no emociona, que ya no inspira, porque una orquesta sin dirección, por virtuosos que sean sus músicos, no puede sostener una obra. Y menos aún levantar un segundo piso.

La metáfora musical no es gratuita. La política, como la música, requiere ritmo, armonía, escucha mutua.

Requiere saber cuándo entrar y cuándo callar, cuándo acompañar y cuándo liderar.

Pero en el oficialismo actual, lo que predomina es la estridencia, la urgencia de destacar, aunque sea a costa del conjunto; lo avanzado del concierto del desconcierto terminará en un estruendo, en un silencio abrupto que no será ovación, sino vacío hacia el cuatroteísmo.

Porque en política, como en la música, no basta con tener buenos instrumentos, hay que saber tocarlos juntos, lo cual no ocurre en este sexenio de malos músicos, que cobran demasiado bien.

Y así, entre síncopas y síncopes de los cuatroteístas natos y los putativos, se notan las diferencias de clase, de instrumentos y de partituras que, por alguna razón, son diferentes para hacer de la política un lodazal perpetuo.

He dicho.

EFECTO DOMINÓ

Algo anda mal en este país cuando se confunde de manera tan burda y politiquera atacar las causas con la compra o anestesia de conciencia a través de miles y miles de pesos en apoyos y programas; dinero que seguramente será objeto de cobro de piso.

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