Cuero duro
Eduardo Meraz
No solo tiene el curo duro, el senador tabasqueño Adán Augusto López Hernández; su verdadera dureza y fortaleza está en la red de complicidades construida en años recientes, con pura gente de su misma moralidad, y cuyas alianzas los vuelven impunes; como sea, el desprestigio se desvanece con los años.
Caparazón forjado a través de mil encargos resueltos, en especial el trabajo de albañal para alcanzar la supremacía legislativa que ni las urnas, ni el Instituto Nacional Electoral (INE) ni el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) y, con lo cual, el morenismo ha logrado coronar su poder ficticio.
Es evidente, Adán está hecho para las labores de fontanero, pues no sólo es borracho, parrandero y jugador, sino también notario, ganadero. El emprendimiento de las cañerías ha sido altamente redituable, que hasta le permitió establecer vínculos estrechos con su secretario de Seguridad, Hernán Bermúdez Requena.
Su caparazón no se hizo de un día para otro; fue moldeado por mil encargos, por mil silencios, por mil tragos compartidos en sitios donde la política se mezcla con el aguardiente. Allí, entre risas roncas y dados cargados, se tejió la red que lo sostiene; una red hecha no para pescadores, sino para cómplices, no de hilos, sino de lealtades que no se rompen, sólo se tensan.
En medio de la humedad del trópico, López Hernández se acostumbró a las peleas por los bienes de quienes acudían a su notaría; y el cobró de los aranceles por cada gestión que le permitió hacerse del cuero más duro que la corteza del guayacán.
En ese largo y sinuoso camino, a veces las circunstancias lo acercaban a la heroicidad o a la villanía, según ganadores o perdedores. Lo cierto es que Adán Augusto se convirtió en lo que es hoy, gracias la fragua de los encargos, los favores, los pactos sin firma pero con sangre.
Su cercanía con el anterior titular del ejecutivo, le posibilitó alcanzar los rendimientos largamente pospuestos. Por eso, ahora, su Edén muy particular está hecho de pasillos legislativos, de cañerías que no llevaban agua, sino poder.
Su piel, curtida por años de negociaciones en penumbra, por lo visto hasta el momento, no se agrieta ante el desprestigio. Al contrario, lo absorbe como el barro a la lluvia: lo hacía parte de sí, lo convierte en blindaje.
Fontanero de cloacas institucionales, su oficio no es legislar, sino desatascar. Con el chantaje y la persuasión como herramientas básicas, remueve con habilidad u destreza obstáculos, desvía corrientes y conecta tuberías invisibles entre el poder y los constructores de la impunidad.
Pero el cuero -el pellejo- duro no es eterno. Aunque resista el sol, la lluvia, el ácido del escarnio, hay cosas que lo desgastan desde dentro.
Así que, el poder, cuando se vuelve ficticio, empieza a pudrirse como fruta olvidada. Y aunque las urnas no lo toquen, aunque el INE y el TEPJF no logren perforarlo, el tiempo sí, porque el tiempo no negocia, no pacta; el tiempo sólo espera y a alguien se le está acabando.
En los pasillos del Congreso, aunque el andar de Adán Augusto sigue firme, hay un rumor que crece: el del desprestigio que ya no se desvanece, sino que fermenta y llega a desvirtuar la esencia primigenia.
Su verdadero poder no está en los discursos, ni en las leyes, ni en las urnas. Está en lo que corre por debajo, en lo que no se ve, en lo que huele, pero no se nombra.
Será que estamos frente a un individuo en cuyo cosmogonía no se trata de ser recordado, sino de no ser removido. Sólo su oráculo lo sabe.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Luego de tres años de haber concluido la pandemia de coronavirus, se nos informa que la vacuna “Patria” aún no está lista, pero que cuando ya esté disponible, vendrá complementada con vitaminas y minerales. Será la vacuna Patria, enriquecida con “complejo 4T”.
Su secretario de Seguridad, Hernán, era más que un colaborador. Era el guardián de las compuertas, el centinela de los secretos que corrían por las venas subterráneas del estado. Juntos, tejieron un mapa de alcantarillas por donde fluía lo que no debía verse: favores, silencios, concesiones. Un sistema perfecto, donde la ley era sólo una tapa oxidada que se levantaba cuando convenía.