Gandallas y canallas
Eduardo Meraz
A manera de contra Rayuela: para poder hablar de tiempo de canallas, primero se necesitó hubiera tiempos de gandallas, como comprenderán y bien saben entre funcionarios y en medios oficialistas, tratando de justificar el retardo y la omisión antes, durante y después de la emergencia por las intensas lluvias en la huasteca en México.
Cuando el agua lo cubre todo —calles, casas, esperanzas—deja flotando y al descubierto las miserias institucionales que, como hongos, prosperan en la humedad del oportunismo.
Por lo visto, en estos primeros días, cuando empiezan a aflorar, a desenterrarse los verdaderos daños causados por las torrenciales lluvias, también salen a la luz los distintos niveles de incompetencia de las autoridades, producto de su incompetencia. O peor aún, su desdén ante el dolor de la gente.
Los gandallas, esos que se apropian de lo ajeno con la sonrisa del que cree merecerlo todo, fueron los primeros en aparecer. De hecho, lo hicieron con antelación, al desaparecer o desviar los recursos de los fondos contra desastres, apropiándose indebidamente de los recursos públicos, en busca de beneficios personales.
También se comportaron de manera gandallesca al hacer caso omiso de las advertencias sobre la inminencia de lluvias torrenciales y no compartir dicha información a sus gobernados para que, por su cuenta, buscaran refugios u otras alternativas.
Pero eso sí, desde la comodidad de sus oficinas climatizadas, emiten comunicados que hablaban de “acciones coordinadas”, “protocolos activados” y “compromiso con la ciudadanía”; palabras que, como paraguas rotos, no protegieron a nadie.
Mientras tanto, los damnificados, buscaban refugio en techos, árboles o la solidaridad espontánea de vecinos y desconocidos.
Con pasos calculados y abrazos ensayados, recorrieron las zonas afectadas como quien visita un set de filmación, no para ayudar, sino para aparecer, a sabiendas de que, en tiempos de redes sociales, la presencia vale más que la acción, y el encuadre más que el auxilio.
La sociedad civil, como siempre, reaccionó con la velocidad del instinto. Organizó colectas, envió víveres, abrió albergues. Incluso —y aquí la ironía se vuelve tragedia— algunos grupos criminales ofrecieron ayuda más rápida y efectiva que los tres niveles de gobierno.
No por altruismo, claro está, sino porque en el vacío institucional, cualquier gesto se convierte en moneda de lealtad; y los damnificados, urgidos de sobrevivencia, no pueden darse el lujo de preguntar por la procedencia del pan que les ofrecen.
En tanto, muchos funcionarios gubernamentales se vuelven contorsionistas con traje abundante en tecnicismos y el desdén bien maquillado con cifras lejanas de la realidad, terminan enlodados de avaricia.
Desde la perspectiva oficialista, perderlo todo solo es una variable aceptable en el Excel de la gobernanza, por lo cual, entre omisiones y justificaciones, se fue desenterrando la verdadera dimensión del desastre: no solo natural, sino político, ético, humano.
La rapidez de los apoyos brindados a los damnificados por la sociedad civil y, al parecer, por grupos criminales contrasta con la lentitud paquidérmica de los tres niveles de gobierno que, sin pudor alguno, hacen uso político de la desgracia, en búsqueda de lealtades.
La desaparición de los fondos para desastres o su manejo inapropiado, por intereses aviesos, suma a la ineptitud una buena dosis de corrupción, difícil de esconder en discursos o en fotografías y selfis sin valor alguno.
Es tal su falta de humanismo -mexicano o de otra nacionalidad-, que piensan que gobernar es administrar recursos y no proteger vidas. Y que, ante la evidencia del fracaso, se refugia en discursos vacíos y fotografías sin valor.
De ahí sus pretensiones de acallar reclamos, demandas e inconformidades, sin tener en cuenta que la gente -de manera auténtica y figurada- tiene el agua hasta el cuello, es desconocer las urgencias individuales y colectivas de la población que, de hecho, perdió sus hogares y requiere encontrar formas de supervivencia.
Entonces, los gandallas y los canallas no son personajes aislados, sino parte de un sistema que ha aprendido a enriquecerse en la simulación y ha hecho de la negligencia su política preferida.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
En su último año de gobierno, Cuitláhuac García Jiménez lo cerró con presunto daño patrimonial de más de 830 millones de pesos, por obras con sobrecostos, deficiencias técnicas y mala calidad constructiva, reveló el Órgano de Fiscalización Superior del Estado de Veracruz (Orfis) en la revisión de la Cuenta Pública 2024.
¿A cuánto ascenderían los presuntos daños patrimoniales en su sexenio?