Grito
Eduardo Meraz
El oficialismo, en su afán por consolidar una narrativa de transformación, enfrenta una paradoja: mientras busca fortalecer los tres Poderes de la Unión, algunos de sus propios integrantes alzan la voz no por convicción democrática, sino por necesidad de defensa ante crecientes sospechas y acusaciones.
A punto de agotarse el pretexto del pasado, cuya inmediatez anterior corresponde al mismo movimiento, hoy tratan de distraer la atención del respetable para ocultar que durante años se hicieron de la vista gorda, al incumplir sus tareas y obtener beneficios, en perjuicio de importantes sectores de la población.
Las graves, amplias y profundas carencias en materia de seguridad, salud, educación e infraestructura tienen su contraparte en la vastísima fortuna que han logrado obtener los “cachorros de la transformación” y sus socios.
Estos hijos de sangre o putativos de Morena y aliados —son aquellos que se presentan como herederos del nuevo régimen—, han acumulado riquezas que desafían toda lógica ética. Sus socios, muchos de ellos reciclados del viejo sistema, han encontrado en la retórica del cambio una nueva vía para perpetuar privilegios.
En cambio, para los pobres y clases medias, se les “recompensa” con programas sociales, pensiones y becas, que no resarcen carencias, pues no se trata de simples rezagos: son heridas abiertas que afectan la vida cotidiana de millones de mexicanos.
Y no solo eso, a los mexicanos nos han endilgado una tremenda deuda. Los 10 billones de pesos entre los inicios de 2019 y finales de 2025, supera con creces el monto acumulado en los sexenios de Fox, Calderón y Peña.
Pero lo que sí debería ser motivo justificado para lanzar un grito estentóreo, es que en los gobiernos de la transformación -apenas siete años para ser precisos- la corrupción del huachicol fiscal ha sido mayor a la acumulada desde la administración de Ernesto Zedillo hasta Peña Nieto, cuatro sexenios.
El huachicol fiscal no solo representa una pérdida multimillonaria para el erario, sino que también revela una red de complicidades que atraviesa instituciones, empresas y actores políticos.
Este tipo de corrupción es más difícil de detectar que el robo de combustible, pero sus efectos son más devastadores. Implica facturación falsa, empresas fantasma, simulación de operaciones y una ingeniería financiera que erosiona la base tributaria del país, al tiempo que los servicios públicos se deterioran a niveles sin precedente.
Es necesario trascender del grito callejero e individual, debemos dejar atrás el grito domesticado para recuperar el sentido del grito como expresión legítima de protesta, como llamado a la rendición de cuentas, como exigencia de justicia.
México no necesita más narrativas de transformación: reclama resultados tangibles, instituciones sólidas y una ciudadanía empoderada.
En este contexto, el papel de la ciudadanía es crucial. No basta con indignarse en redes sociales o con expresar descontento en conversaciones privadas. La institucionalidad no puede construirse sobre el silencio cómplice ni sobre el ruido artificial.
Solo así será posible transformar el grito en acción, la indignación en propuesta, el desencanto en auténtica rebeldía.
He dicho.