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Eduardo Meraz

Moderna “tienda de raya”

Eduardo Meraz

¡Re cáspita! Si algo ha logrado con maestría la autodenominada “transformación” es revivir, con tintes modernos, la vieja tienda de raya, aquella figura del México porfiriano donde los trabajadores vivían endeudados con sus patrones, atrapados en un ciclo de miseria y dependencia

La tromba endeudadora de los gobiernos de la transformación amenazan con ahogar a los mexicanos, pues de acuerdo con estudios de especialistas, desde diciembre de 2018 a la fecha, los adeudos per cápita (por persona) aumentaron en 60 por ciento; es decir, en este periodo los habitantes de este país debemos 50 mil pesos adicionales a los de hace casi siete años.

Así, salir de la pobreza para 13.4 millones de compatriotas -como presume el gobierno- de poco les servirá, pues ni con todo el dinero de los programas sociales les alcanzará para cubrir, en lo individual, el monto de su nueva deuda.

Hoy, el patrón es el Estado, y la deuda no se paga con trabajo, sino con resignación, si tomamos en consideración la relación entre ingresos por apoyos oficiales y la deuda a pagar, cada día más elevada y sin mejor niveles de vida. Círculo vicioso para la mayoría de la población y ganancias exorbitantes para unos cuantos.

Poco importa si es niño, adulto, jubilado o desempleado: la deuda es democrática, nos alcanza a todos y, lo más grave, no se traduce en mejores servicios, infraestructura de calidad o seguridad, sino en más gasto corriente, más programas clientelares y más simulación.

Los programas sociales, aunque necesarios, no compensan el peso de una economía estancada, inflación persistente y una deuda creciente, igual a una como bola de nieve, por lo cual, lejos, muy lejos quedó la promesa del expresidente sin nombre y sin palabra de que durante su mandato no se incrementaría la deuda pública

En términos per cápita la deuda por habitante se ubicó en 135 mil pesos, 9.6 por ciento por arriba del año pasado, pero casi 60 por ciento superior a su nivel reportado al cierre de 2018, afirmó el órgano asesor del Consejo Coordinador Empresarial (CCE).

En diciembre de 2018, cuando llegó la Cuarta Transformación con Andrés Manuel López Obrador, había una deuda de 10.7 billones de pesos. Es decir cada mexicano adeudaba 85 mil 915 pesos.

Es decir, mientras la deuda se acumula, a la par los servicios públicos se deterioran y la calidad de vida se estanca, en tanto los ricos ganan cada vez más veces respecto de los más pobres, con lo cual la desigualdad se ensancha.

Esta tendencia en lugar de modificarse o cancelarse, parece acelerarse, como indican los análisis del órgano consultor de los empresarios, en donde se especifica que al cierre de junio de 2025, el saldo histórico de los requerimientos financieros del sector público, que es el concepto más amplio de deuda, sumó 17.8 billones de pesos, 1.8 billones más que en igual mes del año pasado.

Y eso sin tomar en cuenta el impacto de la recompra de bonos por alrededor de 9,900 millones de dólares que acaba de anunciar Pemex, a fin de hacer frente a vencimientos hasta 2029, de acuerdo con información de la petrolera.

Señala que para tal efecto, el gobierno mexicano buscará financiamiento antes de que expire la oferta el 30 de septiembre y entregará las ganancias para financiar esta recompra de bonos.

La paradoja es brutal: se presume justicia social mientras se hipoteca el futuro; se habla de soberanía mientras se depende del financiamiento externo; se promete bienestar mientras se normaliza la precariedad.

La deuda pública no es solo una cifra en los informes de Hacienda; es el estanquillo gubernamental que limita el desarrollo, condiciona las decisiones futuras y compromete la soberanía. Y lo más preocupante: se ha convertido en una herramienta política: se usa para financiar programas que aseguran votos, no para construir un país más justo y equitativo.

He dicho.

EFECTO DOMINÓ

El subconsciente traicionó al ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Hugo García Ortiz, quien durante la ceremonia en la cual rindieron protesta los ministros de la Corte, expresó: “fuimos elegidos”, y luego corrigió para señalar que fueron elegidos.

Quizá se acordó de los acordeones.

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AA

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