El Papa Francisco, nacido como Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, Argentina, falleció este lunes de Pascua a los 88 años, tras complicaciones derivadas de una infección polimicrobiana en el pulmón diagnosticada desde el pasado 14 de febrero.
Su muerte fue confirmada a las 9:45 horas (tiempo de Roma) por el Cardenal Kevin Farrel, a través de la cuenta oficial del Vaticano en la red social X.
Francisco fue el primer Papa latinoamericano y el primero no europeo en más de 1,200 años. Su pontificado, iniciado en 2013, se caracterizó por una visión progresista, de acercamiento a los marginados, apertura al diálogo interreligioso y una vida marcada por la sobriedad. Renunció a vivir en el Palacio Apostólico y eligió residir en la modesta Casa Santa Marta, marcando una ruptura simbólica con la tradición del Vaticano.
Una vida marcada por la enfermedad, la fe y el compromiso social
Desde joven, Bergoglio enfrentó serios problemas de salud. A los 21 años le fue extirpado el lóbulo superior del pulmón derecho debido a una grave infección. En su libro Soñemos juntos, publicado en 2020, relató: “Me sacaron un litro y medio de agua del pulmón y ahí me quedé, peleando por vivir. Ni siquiera los médicos sabían si sobreviviría”.
Pese a los desafíos físicos, su labor eclesiástica se distinguió por defender la justicia social y una Iglesia más cercana al pueblo. Promovió causas como la inclusión de la comunidad LGBT, el combate al cambio climático y el rechazo a la guerra. Su última aparición pública fue el pasado Domingo de Resurrección, cuando impartió la tradicional bendición Urbi et Orbi desde una silla de ruedas, con voz débil y palabras dirigidas a los pueblos en guerra: “La Pascua es la fiesta de la vida… el mal ya no tiene dominio”.
Un legado que trasciende fronteras
Francisco rompió moldes y tendió puentes. En vida, abogó por los migrantes, por los más pobres, por el diálogo con otras religiones y por una Iglesia menos rígida. Su muerte deja un vacío en la Iglesia católica y también en el escenario internacional, donde su voz era reconocida como promotora de paz y reconciliación.
Con su partida, concluye un papado que marcó una transformación profunda en la forma de ejercer el liderazgo religioso desde el Vaticano, con una mirada hacia el sur global y una profunda vocación de servicio.