Por: Fernando Dávila
Al probar un Pan de Muerto, la mayoría piensa en el sabor a azahar y en su textura esponjosa. Sin embargo, esta joya de la panadería mexicana es mucho más que un postre de temporada: es un testimonio cultural, una fusión histórica y un ritual simbólico que representa el ciclo completo de la vida y la muerte.





Un banquete para el alma que regresa
La presencia del Pan de Muerto en las ofrendas mexicanas tiene un sentido profundo. Su función es doble: sirve como banquete para las almas que regresan y como consuelo para quienes permanecen.
Según el etnohistoriador Alberto Peralta de Legarreta, este pan “percibe nuestra nostalgia por la gente amada que ha partido, y con él los invitamos a comer de nuevo con nosotros. Así, con panes llenos de dulzura, abundancia y emoción, reparamos momentáneamente la muerte y buscamos consolarnos juntos de la fría y amarga melancolía.”
El cuerpo y el cosmos en la masa
La forma tradicional del Pan de Muerto —redonda, espolvoreada con azúcar y decorada con tiras de masa— está cargada de significado. Su estructura circular alude al ciclo eterno de la vida y la muerte; la bola central simboliza el cráneo del difunto.
Las “canillas” o tiras que cruzan el pan representan los huesos y las lágrimas, y suelen colocarse en forma de cruz para señalar los cuatro puntos cardinales, en correspondencia con la cosmovisión prehispánica.
¿Huesos o flores? La controversia histórica
Aunque la mayoría asocia estas formas con cráneos y huesos, algunos investigadores interpretan otro símbolo detrás del diseño.
El chef e investigador Ricardo Muñoz Zurita propone que la decoración superior representa pétalos florales, no huesos, pues el pan se coloca en el altar como si fuera un arreglo de flores. Esta lectura resalta la riqueza visual de la ofrenda mexicana, donde el pan y la flor de cempasúchil comparten protagonismo como ofrendas de vida y memoria.
La herencia de dos mundos
La idea del pan prehispánico bañado en sangre puede resultar poco atractiva, pero el Pan de Muerto que hoy conocemos nació del encuentro entre dos culturas. La llegada del trigo y el azúcar desde Europa transformó antiguas prácticas rituales en una masa dulce que combinó lo indígena con lo colonial.
Al final, ya sea que simbolice huesos, flores o el banquete del recuerdo, el Pan de Muerto sigue siendo un poderoso vínculo entre los vivos y los muertos: un aroma que evoca el reencuentro y un sabor que repara, por un instante, la ausencia.