Por Ricardo Monreal Avila
El día en que se daba a conocer la cancelación de la visa estadounidense a la gobernadora de Baja California, de origen morenista, Marina del Pilar Ávila, y la de su esposo, Carlos Torres, la familia nuclear del Chapo Guzmán y de su hijo Ovidio (15 integrantes, según versiones periodísticas) cruzó la garita de San Ysidro, desde Tijuana, para ser recibida por el FBI, obtener protección gubernamental y cambiar de residencia.
Con ambas acciones contrastantes, quedó expuesto, de manera gráfica, el doble rasero, la doble moral pública y el doble discurso en la relación bilateral México-Estados Unidos, por parte del país vecino, que mucho se parece a una versión remasterizada de la política del garrote y la zanahoria, no vista desde la diplomacia de la Guerra Fría.
A lo largo de su historia, EE. UU. ha empleado diversas estrategias de negociación y presión en las relaciones exteriores, adaptándose a los contextos geopolíticos cambiantes y a sus objetivos específicos. Por ejemplo, usa la diplomacia y negociación directa, que puede ser bilateral o multilateral, mediante la participación en conversaciones directas con otros Estados, para resolver disputas, formar alianzas o establecer acuerdos en áreas como comercio, seguridad y derechos humanos.
La diplomacia de Cumbre también se engloba en esta primera categoría, y puede constar de reuniones de alto nivel entre líderes, para abordar temas críticos y forjar acuerdos.
También está la diplomacia pública, caracterizada por los intentos de influir en la opinión pública de otros países, para crear un ambiente más favorable a los objetivos del Estado correspondiente.
El segundo tipo de estrategias se relaciona con presiones económicas, como las sanciones, a través de la imposición de restricciones comerciales, financieras o de inversión, para orillar a un Estado a cambiar su proceder. Pueden ser unilaterales o multilaterales.
También, la ayuda económica y financiera, usando la asistencia económica como herramienta de influencia, condicionándola a ciertas políticas o comportamientos, y la política comercial, con el uso de acuerdos comerciales, aranceles y otras políticas, para obtener ventajas económicas.
Se suma el control de exportaciones o la restricción de la venta de tecnología o bienes estratégicos, para limitar la capacidad de otros Estados en áreas militares o de desarrollo.
Un tercer tipo de estrategias son las de presión política y diplomática, que incluyen: 1) condena diplomática, declaraciones públicas, resoluciones en organizaciones internacionales y otras formas de señalar el desacuerdo con las acciones de otro Estado; 2) retiro de apoyo diplomático, negando el respaldo a iniciativas o posiciones de otro Estado en foros internacionales; 3) ruptura de relaciones diplomáticas: medida extrema para señalar la gravedad del desacuerdo y aislar al Estado en cuestión, y 4) apoyo a la oposición interna: en algunos casos, EE. UU. ha ayudado a grupos de oposición en otros países, para presionar por cambios políticos.
Las estrategias más severas son las de presión militar y de seguridad, consistentes en: 1) disuasión militar: mantenimiento de una fuerte capacidad militar para prevenir ataques y desalentar acciones hostiles; 2) despliegue de fuerzas: movilización de tropas o activos militares en una región, para mostrar o hacer patente la determinación o ejercer presión; 3) ayuda militar y entrenamiento: proveer asistencia militar a aliados o socios, para fortalecer sus capacidades de defensa y fomentar la cooperación en seguridad (como en Ucrania); 4) intervención militar (directa o indirecta): uso de la fuerza castrense para lograr objetivos específicos —estrategia de último recurso y altamente controversial—, y 5) operaciones encubiertas, traducidas en acciones secretas de Agencias de Inteligencia, para influir en eventos o Gobiernos extranjeros (como las derivadas de la Escuela de las Américas).
La etapa reciente de la relación México-EE. UU. ha estado marcada por la política del garrote y la zanahoria; estrategia que combina algunos de los elementos expuestos y que, de acuerdo con el maestro John Saxe-Fernández, describe una situación en la cual una Nación utiliza tanto la coerción (el garrote) como la recompensa (la zanahoria), para influir en el comportamiento de otros países.
Con “garrote” se hace referencia a “la utilización de la fuerza, amenazas, sanciones económicas y medidas coercitivas para lograr que un país haga lo que Estados Unidos desea”. Esto puede incluir penalizaciones como la imposición de aranceles, sanciones económicas, despliegue militar focalizado en ciertas regiones o presiones diplomáticas.
La “zanahoria” implica “ofrecer incentivos positivos, como ayuda financiera, Tratados Comerciales favorables, asistencia militar, y otras formas de apoyo para fomentar relaciones amistosas y colaborativas”, sujetas siempre a la supervisión, monitoreo e injerencia directa del Gobierno de EE. UU., a través de su Departamento de Estado.
El concepto «garrote-zanahoria» viene de los experimentos conductistas aplicados a los conejillos de Indias, mediante los cuales se modificaba su proceder utilizando el sistema de castigo-recompensa.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos usó esa táctica para asegurar alianzas y contrarrestar la influencia soviética, ofreciendo ayuda militar y económica a países estratégicos, mientras aplicaba presiones los que consideraba hostiles.
Hoy, este enfoque puede verse en su política hacia países como Corea del Norte y los de Oriente Medio, donde se ofrecen incentivos económicos a cambio de la desnuclearización, pero también se imponen sanciones cuando el país no coopera.
Existe un debate sobre la efectividad de esta táctica.
Hay quien señala que la coerción puede provocar resistencia y un aumento en el antagonismo, y quien afirma que la combinación de incentivos y presiones puede ser útil para alcanzar objetivos de política exterior.
El hecho es que, en la relación con México, el establishment actual dispone tanto de garrotes como de zanahorias, aunque hasta hoy son más los primeros (aranceles, aluminio, acero, agua, ganado) que los segundos (trato comercial preferencial temporal y florilegios verbales).
Y pensar que un grupo de mexicanas y mexicanos aplauden, gozan y piden más de esta política que afecta no a un Gobierno en especial, sino al país en su conjunto.
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