Por: Gilberto Solorza
Desde 1947, el Reloj del Apocalipsis ha servido como un indicador simbólico de la proximidad de la humanidad a una catástrofe global. Creado por el Bulletin of the Atomic Scientists de la Universidad de Chicago, este reloj no mide el tiempo en términos convencionales, sino que representa la amenaza existencial derivada de factores como conflictos geopolíticos, crisis climáticas y avances tecnológicos peligrosos.
En su origen, el reloj reflejaba la posibilidad de una guerra nuclear tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la creciente tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, con el paso de las décadas, se han incorporado otros riesgos que amenazan la estabilidad mundial, como el cambio climático, el desarrollo de armas biológicas y la desinformación a gran escala.
La cuenta regresiva más peligrosa de la historia
Este 2024, la humanidad está más cerca que nunca de la medianoche simbólica. Debido a la guerra en Ucrania, la escalada del conflicto en Oriente Medio, el crecimiento de los arsenales nucleares y el ascenso de liderazgos extremistas, los científicos han adelantado el reloj a solo 89 segundos de la medianoche, la menor distancia registrada en sus 78 años de historia.
En comparación, en 1991, tras el fin de la Guerra Fría y la firma de tratados de desarme nuclear entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, el reloj se retrasó a 17 minutos de la medianoche, el punto más alejado que ha tenido. Desde entonces, los acontecimientos globales han ido reduciendo esa distancia, con momentos críticos como el incremento de pruebas nucleares en Corea del Norte, el deterioro de acuerdos ambientales y la inestabilidad política en diversas regiones.
¿Estamos realmente al borde del colapso?
Si bien el Reloj del Apocalipsis es un símbolo más que una herramienta de predicción exacta, su mensaje es claro: el mundo enfrenta amenazas cada vez más complejas y urgentes. La combinación de conflictos armados, crisis ambientales y desarrollos tecnológicos sin regulación efectiva plantea un escenario donde las decisiones políticas y científicas de los próximos años serán determinantes para la supervivencia de la humanidad.
El desafío ahora es revertir la tendencia. Así como en el pasado se lograron acuerdos que alejaron el peligro inminente, la comunidad internacional aún tiene margen para tomar medidas que reduzcan los riesgos y eviten que el reloj marque la medianoche definitiva.