Por: Isabella Lopeznájera
En la era digital, los correos electrónicos se han convertido en una herramienta indispensable para la comunicación personal y profesional. Sin embargo, pocas veces somos conscientes de que cada mensaje enviado deja una huella de carbono que contribuye al cambio climático.
De acuerdo con estudios recientes, el envío de correos electrónicos genera emisiones de dióxido de carbono (CO₂) debido al consumo energético de los servidores y centros de datos que los procesan. Por ejemplo, un correo electrónico simple puede emitir alrededor de 4 gramos de CO₂, mientras que uno con archivos adjuntos grandes puede alcanzar hasta 50 gramos. Estas cifras pueden parecer pequeñas, pero al considerar los miles de millones de correos enviados diariamente, el impacto se vuelve considerable.
Además, la infraestructura detrás de los correos electrónicos, como los centros de datos, consume grandes cantidades de energía, muchas veces proveniente de fuentes no renovables. Esto no solo genera emisiones de gases de efecto invernadero, sino que también incrementa la demanda de recursos naturales.
Para mitigar este impacto, se recomienda adoptar prácticas como eliminar correos innecesarios (como el spam), evitar enviar mensajes con archivos adjuntos pesados y optar por proveedores de correo electrónico que utilicen energía renovable. Estas pequeñas acciones pueden marcar una diferencia significativa en la lucha contra la contaminación.