Por: Isabella Lopeznájera
Aunque hoy lo encontramos en ropa, objetos y obras de arte, el azul ultramar fue durante siglos un color reservado solo para la élite.


En la Edad Media, este tono intenso era tan costoso que superaba incluso el valor del oro, debido a su procedencia y el complejo proceso de obtención.
El pigmento se extraía del lapislázuli, una piedra semipreciosa traída desde minas remotas de Afganistán. Su transformación en pigmento exigía triturarlo cuidadosamente, para luego mezclarlo con resinas, ceras y otros materiales que permitieran obtener el intenso azul deseado. Esta labor meticulosa encarecía su precio y lo volvía inaccesible para la mayoría.
Por su rareza y costo, el azul ultramar se destinaba exclusivamente a obras de gran relevancia, sobre todo en la pintura religiosa. El ejemplo más representativo fue su uso en los mantos de la Virgen María, donde no solo realzaba la figura sagrada, sino que simbolizaba pureza, divinidad y prestigio. De hecho, muchos contratos entre artistas y mecenas incluían cláusulas específicas para asegurar el uso de este pigmento como símbolo de estatus.
Aunque siglos después surgieron alternativas más económicas como el azul de Prusia o el azul cerúleo, el azul ultramar mantuvo su asociación con la riqueza y la exclusividad incluso durante buena parte del siglo XIX.