Por: Isabella Lopeznájera
Durante la era dorada de Hollywood, el maquillaje de las actrices en películas en blanco y negro no solo realzaba su belleza, sino que se convertía en una herramienta clave para superar las limitaciones técnicas de las cámaras y las luces de la época.


Lejos de las convenciones actuales, los maquilladores recurrían a técnicas y colores sorprendentes para garantizar que los rostros brillaran bajo los reflectores y en la pantalla.
Uno de los desafíos principales era la ausencia de color en las grabaciones. Tonalidades que funcionaban bien en la vida real, como el rojo brillante en los labios, se veían demasiado oscuros o apagados en el celuloide. Por ello, los maquilladores optaban por tonalidades inesperadas, como el verde, que bajo las cámaras se transformaba en un rojo ideal. Las bases de maquillaje también se ajustaban a esta dinámica; eran más amarillentas o incluso marrones, creando una textura homogénea que capturaba la luz de manera favorecedora.
Los ojos, considerados el punto focal de las actuaciones, recibían una atención especial. Sombras en tonos azul, verde y púrpura resaltaban bajo las luces de alta intensidad, mientras que delineados gruesos acentuaban la profundidad de la mirada. Las cejas se marcaban con precisión, reflejando los estándares de belleza de la época.
Estas técnicas no solo lograron superar las limitaciones tecnológicas de la época, sino que también dieron forma a un estilo icónico que aún inspira a la industria del maquillaje y al cine moderno.
Más allá de ser un simple proceso estético, el maquillaje en blanco y negro era un arte meticuloso que garantizaba que las estrellas del cine brillaran con una intensidad inolvidable en cada escena.
Este legado nos recuerda cómo las ideas y el talento de los y las maquillistas puede transformar un producto cinematográfico.