Por: Gilberto Solorza
En la vida tendemos a pensar que todo lo que tiene masa simplemente existe: desde un inmenso océano hasta el átomo más diminuto. Sin embargo, aunque parezca increíble, durante muchos años la ciencia no lograba responder una pregunta fundamental: ¿por qué existe la masa?»
En 1964, el físico Peter Higgs propuso la teoría de un bosón, partícula que regula interacciones con las fuerzas de la naturaleza, que fuera capaz de conferir masa a todas las cosas, razón por la que dicha partícula teórica fue denominada bosón de Higgs.
Durante décadas, la existencia del bosón de Higgs fue una elegante hipótesis matemática, una pieza que completaba el complejo rompecabezas del Modelo Estándar de la física de partículas (modelo que describe las partículas fundamentales y las fuerzas que gobiernan el universo), pero todavía no había una certeza de su existencia.
No fue sino hasta el 4 de julio de 2012, casi cincuenta años más tarde, que el mundo científico celebró un descubrimiento histórico: el anuncio del hallazgo de una nueva partícula en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés), que coincidía con las predicciones del bosón de Higgs. El descubrimiento fue realizado por los equipos de los detectores ATLAS y CMS del CERN, el laboratorio europeo de física de partículas ubicado en la frontera franco-suiza.
Este momento no solo validó casi medio siglo de teorías físicas, sino que también marcó un triunfo para la ciencia experimental. El LHC, la máquina más grande y compleja jamás construida, había logrado recrear condiciones similares a las del universo inmediatamente después del Big Bang, permitiendo vislumbrar por fracciones de segundo cómo surgió la masa que da forma al cosmos.
¿Por qué se le llama “la partícula de Dios”?
Aunque el término ha captado la imaginación del público, muchos científicos lo consideran un tanto sensacionalista. Fue popularizado por el físico Leon Lederman en su libro ‘The God Particle’ como una forma de atraer interés, aunque en realidad él mismo confesó que el nombre original que proponía era mucho menos reverente.
Muchos lo han manifestado como un punto neutral en la eterna batalla entre la ciencia y la religión en demostrar quién tiene razón con respecto a la creación del universo y todas las cosas dentro de él.
Lo cierto es que, con o sin ese apelativo divino, el bosón de Higgs representa una pieza fundamental para entender la estructura misma del universo. Su descubrimiento no solo confirmó un elemento clave del Modelo Estándar, sino que abrió nuevas preguntas sobre los límites del conocimiento humano y sobre lo que aún queda por descubrir en el universo invisible que nos rodea.