Nuevos costos del conflicto entre Tailandia y Camboya


Por: Gilberto Solorza

Los enfrentamientos entre Tailandia y Camboya escalaron desde el 7-8 de diciembre de 2025 a lo largo de su frontera, donde ataques aéreos y fuego de artillería tailandeses golpearon aldeas camboyanas y dejaron decenas de muertos, heridos y más de medio millón de desplazados en pocos días.

Escalada de víctimas y daños al patrimonio

Los primeros ataques tailandeses del 7 y 8 de diciembre mataron a un soldado tailandés y a cuatro civiles camboyanos, y lesionaron a otras 16 personas. Con el avance de los combates, los recuentos crecieron: agencias internacionales registran al menos 22 muertos, con 12 del lado tailandés —nueve militares y tres civiles— y 10 civiles camboyanos. Diversos reportes sitúan la cifra de heridos entre 30 y más de 60.

El aumento constante de víctimas ocurre en medio de un deterioro acelerado de la seguridad. Equipos médicos y voluntarios trabajan entre caminos dañados y puestos de salud colapsados. Muchas familias corren de un refugio a otro mientras los estallidos retumban a pocos kilómetros, y las autoridades locales intentan registrar cada incidente sin descanso ni recursos suficientes.

En paralelo, Camboya reporta daños en los templos de Ta Krabey y Takrabei tras los ataques del 8 y 9 de diciembre. Videos y fotografías difundidos en redes muestran humo, rocas rotas y estructuras agrietadas en Ta Krabey, mientras usuarios atribuyen el impacto a bombardeos de F-16 tailandeses. El gobierno de Bangkok rechaza esa versión y argumenta que sus fuerzas apuntaron a objetivos militares cercanos.

La indignación crece dentro de Camboya, donde académicos, monjes y grupos nacionalistas denuncian una agresión contra su patrimonio. Algunos analistas señalan que cada nuevo daño alimenta discursos políticos cada vez más duros, pues ambos países usan las imágenes del templo lastimado para reforzar posturas internas que dejan poco margen para una negociación real.

Ataques fronterizos y crisis humanitaria

Los bombardeos tailandeses se concentran en Preah Vihear, Oddar Meanchey y Banteay Meanchey, donde aldeas, carreteras y sembradíos reciben impactos de manera constante. En el lado tailandés, comunidades rurales cerca de la franja en disputa escuchan explosiones cada noche y corren a refugios improvisados mientras intercambios de fuego surgen sin previo aviso en puntos históricamente sensibles.

Las autoridades locales describen una frontera donde la gente abandona sus casas desde el primer rumor de artillería. Agricultores dejan cultivos a medio ciclo y comerciantes cierran puestos que antes conectaban a ambos países. La vida cotidiana en la región se hunde día a día, mientras la economía local cae en picada sin certezas de recuperación próxima.

La tregua de octubre colapsó en cuestión de horas. Mientras Camboya acusa a Tailandia de golpear zonas habitadas, figuras como Hun Sen prometen una “lucha encarnizada” y endurecen el clima político. La tensión sube y desplaza cualquier intento de diálogo.

Fuera de la región, organismos internacionales piden moderación, pero sus llamados chocan con discursos nacionalistas cada vez más firmes. Para la población de ambos lados, la frontera ya no funciona como zona de contacto comercial, sino como un territorio donde la vida cambia con cada detonación y con cada declaración incendiaria de los gobiernos.

El conflicto expulsa a más de 500.000 personas hacia refugios improvisados. Naciones Unidas y la Unión Europea exigen rutas seguras para la población civil y advierten sobre el riesgo de una crisis prolongada.

La operación humanitaria enfrenta enormes obstáculos: caminos destruidos, escasez de alimentos y centros de acogida llenos. Médicos y organizaciones civiles corren contra enfermedades, deshidratación y noches enteras sin electricidad. Si la violencia continúa al mismo ritmo, la región entrará en una espiral difícil de revertir.

Breve repaso del casus belli

La escalada reciente surge por la disputa territorial en torno al templo de Preah Vihear y la cordillera Dangrek. Para Camboya, el templo representa soberanía, identidad histórica y una pieza central de su turismo. Para Tailandia, simboliza integridad territorial, orgullo nacional y control de rutas y recursos fronterizos. Los ataques del 7-8 de diciembre rompieron la tregua de octubre y encendieron un conflicto donde historia, política interna y rivalidad nacional avanzan de la mano.

Durante décadas, cualquier intento de mediación chocó con presiones nacionalistas internas. Tanto Phnom Penh como Bangkok utilizan el tema para reforzar respaldo político, pues ninguna de las dos sociedades tolera ceder terreno, ni literal ni simbólicamente. Así, la región vuelve a arder por un conjunto de ruinas sagradas que ambos gobiernos dicen proteger con fervor… aunque sus métodos sugieren un concepto bastante creativo de protección.

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