Con Contraataque, Netflix pone al ejército donde antes ponía al narco


Por: Fernando Dávila

Hace unos meses, Contraataque apareció en el catálogo de Netflix como una película más hecha en México, pero para sorpresa de muchos, no enaltecía al crimen organizado ni minimizaba al ejército.

Esta vez se trataba de un filme que, mezclando lo patriótico con lo personal, mostraba lo que un soldado puede perder en el cumplimiento de su deber. De los pocos que, sin forzarlo, te hacen empatizar con el Ejército.

La cinta, dirigida por Chava Cartas, narra la historia de cinco soldados de élite enfrentando una misión contra el narcotráfico. Nada nuevo si hablamos de acción, pero sí en el contexto cultural: es una de las pocas películas actuales que no glorifica al narco y, en cambio, apuesta por rescatar la figura del militar. No como en Rojo Amanecer (1989), donde el ejército es símbolo de represión, sino como héroes posibles.

El éxito fue inmediato. Según Excélsior, la película se posicionó en el Top 10 de Netflix en más de 80 países. En redes sociales, los comentarios no se hicieron esperar. Uno destacó: “Si los artistas hicieran más canciones y películas de soldados que de narcos, los niños querrían ser militares”. La frase puede parecer simple, pero dice mucho sobre el momento que vivimos.

Durante décadas, el ejército mexicano fue visto con desconfianza. Ayotzinapa, Tlatlaya, Castaños, Nuevo Laredo… los casos están ahí. No es fácil borrar esa memoria. Sin embargo, frente al desgaste el sueño del narco, cada vez más saturada, aparece una nueva narrativa: soldados valientes, disciplinados, listos para defender a su país. ¿Es esto un cambio real o parte de un reajuste propagandístico del Estado?

La socióloga Gloria García Avendaño dice que el ejército no solo ofrece identidad, sino supervivencia. Entre las entrevistas que rescata con militares uno de ellos menciona: “Aquí por lo menos uno sabe que tiene comida, doctor, casa y no te va a faltar para tus hijos”.

Aquello revela la realidad de muchos integrantes del Ejército Mexicano: no se enlistan por el patriotismo sino porque ahí encuentran estabilidad, servicios y un futuro que el sistema civil les niega. Un refugio institucional en medio de una isla limitada a “vivir con lo justo”.

Lo inquietante es que eso mismo ocurre con el narco. Quien entra, muchas veces no lo hace por ambición, sino por necesidad. Ambos caminos —ejército y crimen organizado— ofrecen un sentido de pertenencia, protección y recursos. Y aunque sus lógicas son opuestas en lo legal, comparten una raíz: responder a un país que no ofrece alternativas dignas.

Según la CNN, unos 3 mil jóvenes ingresan cada año a planteles militares. Contramuro estima entre 30 y 40 mil quienes se suman al crimen organizado. Las cifras hablan solas. Mientras se construye un héroe militar en pantalla, en la vida real el ejército sigue siendo una opción lejana para muchos jóvenes.

El verdadero problema no es quién se ve narco. Lo que de verdad duele es que muchos jóvenes solo vean dos caminos: ponerse el uniforme del ejército o el chaleco del crimen organizado. Mientras esa siga siendo la única opción para salir adelante, ni los héroes ni los corridos van a cambiar lo que pasa en las calles.

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