“La planificación de las ciudades ante un desastre debe ir más allá del curita de la recuperación a corto plazo. El desastre ofrece una oportunidad única para repensar la planificación y la política de nuestras áreas metro-regionales; es una oportunidad para redefinir nuestras ciudades y reafirmar los valores del cuidado del medio ambiente y la justicia social, de la construcción comunitaria y, especialmente, de ayudar a los pobres con programas de calidad, viviendas asequibles y sostenibles”.
Frederick Schwartz, arquitecto urbanista encargado de la reconstrucción de Nueva Orleans, después del huracán Katrina de 2005
Ricardo Monreal Avila
Los eventos catastróficos ocurridos en el puerto de Acapulco han demandado toda la atención del gobierno federal, de la sociedad civil y de algunas instancias no institucionales. Lamentablemente, se perdieron vidas humanas y son muchas las familias damnificadas. Hoy no sobra esfuerzo alguno para solidarizarnos con nuestras y nuestros hermanos de Guerrero y resulta apremiante ofrecer toda la ayuda posible.
Sin embargo, también conviene reflexionar sobre otros hechos igualmente gravosos para las comunidades costeras, a fin de aprender sobre la mejor forma de recuperar la estabilidad económica, política y social del puerto a corto plazo, y también realizar una planificación para lograr una reconstrucción o, mejor dicho, una regeneración integral de este importante polo regional de desarrollo económico.
Así, por ejemplo, entre las claves para la recuperación de Nueva Orleans después del huracán Katrina, en 2005, estuvo en primer lugar el financiamiento gubernamental. El Gobierno federal proporcionó para ello miles de millones de dólares, incluso a través de la Ley de Vivienda y Recuperación Económica y la Ley de Recuperación de la Costa del Golfo, ambas de 2005.
De igual manera, la participación comunitaria. El esfuerzo regenerador fue liderado por una coalición de agencias gubernamentales, organizaciones sin fines de lucro e integrantes de la comunidad, que trabajaron en conjunto para desarrollar un plan capaz de satisfacer las necesidades de todas y todos los residentes, incluidos los de comunidades de bajos ingresos y otros grupos vulnerables.
Asimismo, la planificación a largo plazo. El plan no se centró únicamente en rehacer la ciudad como estaba antes de Katrina. También incluyó inversiones en infraestructura, educación y desarrollo económico, para tener una ciudad más resiliente ante futuros desastres.
Algunos de los logros específicos de los diferentes esfuerzos de regeneración incluyeron, por ejemplo, la rehabilitación del sistema de diques que protege a la ciudad de inundaciones, para lo cual, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército lo reconstruyó y fortaleció.
También, la reconstrucción de viviendas, ya que se reedificaron o repararon más de 100 mil espacios; la restauración de la infraestructura, con la que se repararon o reemplazaron los sistemas de agua y alcantarillado, las carreteras, puentes y la red eléctrica; la mejora de las escuelas, que incluyó la construcción o renovación de más de 100 y, finalmente, la creación de empleos, pues todas estas acciones generaron miles de trabajos.
La regeneración de Nueva Orleans fue una tarea desafiante y compleja, pero logró que la ciudad fuera más resiliente. Ahora está mejor equipada para resistir inundaciones, marejadas ciclónicas y otros fenómenos climáticos extremos.
En la puesta en pie de esa ciudad estadounidense podemos identificar ejes transversales fundamentales basados en la participación, flexibilidad, innovación y sustentabilidad.
Todo esto es de vital importancia, pues no es exagerado afirmar que parte de la crisis de inseguridad que ha asolado a Acapulco se detonó con una mala gestión de reconstrucción después del huracán Paulina, en 1997. Y ello se repitió con Manuel, en 2013, pero no debería replicarse con las medidas de reactivación que se vayan a instrumentar después del paso devastador de Otis.
El puerto no necesita de una simple reconstrucción a partir de parches, banditas y cinta adhesiva urbanística, sino que requiere una regeneración integral (económica, financiera, medioambiental, social, cultural, institucional y cívica) que, por el momento, no se ve en el horizonte.
La disyuntiva que Otis deja en Acapulco es muy clara: convertirse en el antro de playa de fin de semana del Valle de México o levantarse como el polo de desarrollo que —a partir de la actividad turística como eje central— detone el desarrollo sostenible agrícola, comercial, manufacturero, cultural y de recuperación medioambiental de una tercera parte de la población del Estado de Guerrero.
En este sentido, la regeneración o puesta en pie de Acapulco requiere:
Reordenar el uso del suelo en la bahía y en el litoral.
Proteger efectivamente los manglares, las salidas al mar de los ríos Papagayo y La Sabana, así como sanear las lagunas de Coyuca y Tres Palos.
Federalizar la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado del Municipio de Acapulco (CAPAMA).
Actualizar la norma oficial de construcción de inmuebles en zona de playa, retomando la arquitectura y la ingeniería resistente a huracanes nivel 4 y 5 (Estados Unidos, Indonesia, Japón y China son un referente).
Modernizar el sistema de alertamiento temprano de huracanes, utilizando desde los medios de comunicación masiva hasta las tecnologías de la información y de la comunicación.
Pero, ante todo, demanda detener el urbanismo depredador de playas y bahías, modelo de construcción antirresiliente, cuya bandera es la corrupción. Todo esto, de la mano de la participación ciudadana directa, que es la mejor vigilante y garante de que la regeneración del puerto se haga con sentido social, igualitario y humanista.
En caso contrario, después del desastre natural vendrá el ciclón de la degradación y la descomposición social, y Acapulco no merece un destino así de triste.
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