Ricardo Monreal Avila
Las medidas privatizadoras, recortes presupuestales drásticos, venta de activos del Estado, macro devaluaciones, líneas de crédito multimillonarias y liberación de precios que está aplicando el nuevo Gobierno argentino me llevaron de vuelta al México de la década de los 80 del siglo XX, justo cuando arrancó el largo periodo económico neoliberal, que inició con las reformas económicas de Miguel de la Madrid (1982) y concluyó 36 años después, con el arribo del primer gobierno de izquierda a la Presidencia de la República (2018), con Andrés Manuel López Obrador al frente.
Por el bien del pueblo argentino, ojalá que tenga éxito el presidente Javier Milei en su programa de shock económico en el corto plazo, porque, al menos en México, la prolongación de medidas similares durante más de una generación agudizó tanto la desigualdad, la violencia y la corrupción, que se puso al país al borde del estallido social.
Aquí resurge una pregunta que hace años nos formulamos: ¿por qué el neoliberalismo duró tanto tiempo en el poder, con tantos saldos negativos en materia de desigualdad, seguridad y bienestar?
La respuesta es múltiple. En términos político-electorales, se promovió un bipartidismo neoliberal, mediante el cual el PRI y el PAN se alternaban el poder político, sin modificar el modelo económico. El esquema pluripartidista no reflejaba el abanico de expresiones políticas ni la diversidad ideológica de los diferentes grupos de la nación. Al contrario, en buena medida, los partidos pequeños seguían orbitando —como satélites— en torno al bipartidismo fáctico neoliberal.
Así, el poder público federal, estatal y municipal encontró una válvula de escape para el descontento social y político. Había alternancia de siglas, pero no de modelo, y la supuesta alternancia política no se traducía en una transición económica o social. Una serie de reformas político-electorales permitieron tal acuerdo, por el cual se promovía a México como un moderno Estado democrático, aunque detrás pervivía el largo pendiente histórico de lograr la justicia social y cerrar la brecha de desigualdad.
Esta democracia formal permitió la circulación de las élites dirigentes en los tres órdenes de gobierno, y mantuvo el consenso en torno a los fundamentos económicos neoliberales (apertura comercial, desmantelamiento de la rectoría económica del Estado, privatización de áreas estratégicas y globalización acelerada). A ello se sumaron reformas políticas que fueron debilitando el federalismo, sobre todo el fiscal, propiciando el debilitamiento del principio de la soberanía de los Estados.
El supuesto desempeño económico favorable, en contraste con las álgidas crisis económicas del último tercio del siglo pasado, fue otro factor clave. El relativo éxito temprano que siguió a la aplicación del esquema neoliberal, así como la estabilidad macroeconómica y cierto crecimiento inicial, sobre todo en las exportaciones, fomentaron la aceptación del modelo.
La implementación del TLCAN (en 1994) reforzó tal situación, al otorgar acceso al mercado estadounidense, exacerbando los ánimos de algunos productores locales y alimentando el discurso optimista sobre las expectativas comerciales.
Así también, poderosos grupos y sectores empresariales se beneficiaron de la desregulación y la privatización, que respondieron a un fenómeno vernáculo de adaptación del modelo de libre mercado: el capitalismo de cuates, creando un interés particular por mantener el modelo entre los privilegiados o beneficiados del amiguismo o del nepotismo.
También pesaron influencias externas o factores exógenos. Al abrazar el modelo neoliberal, las instituciones financieras internacionales y el Gobierno de EUA promovieron medidas para favorecer las relaciones comerciales con México, proporcionando préstamos y asistencia técnica, mientras presionaban para que se mantuviera la adhesión de nuestro país a políticas económicas de carácter hegemónico.
Otro factor clave fue el espejismo de la clase media. Hubo un crecimiento relativo de los sectores sociales medios, apoyados en el crédito al consumo y los créditos hipotecarios, pero fue ilusorio, porque la desigualdad social avanzó como nunca en esas tres décadas, al punto que la población en algún grado de situación de pobreza nunca fue menor al 52 %, en tanto que la concentración de la riqueza se acumuló en pocas manos, en pocos grupos económicos y pocas regiones del país. Se generaron islotes de riqueza en medio de océanos de pobreza.
La expansión de las clases medias se presentó como prueba del éxito del modelo económico, pero nunca rebasó el 20 % de la población económicamente activa. En contraparte, la economía informal se convirtió en la principal generadora de empleos mal pagados y sin protección social. Como resultado, el 55.1 % de la población que trabaja lo hace en la informalidad.
Al control de los grandes medios de comunicación también se le puede considerar como elemento determinante para la duración del neoliberalismo económico, pues además de difundir la inevitabilidad del modelo, actuaron como aparatos ideológicos e informativos del Estado, para legitimar al sistema.
La desigualdad se disparó bajo el neoliberalismo, con salarios estancados, inseguridad laboral y aumento de la pobreza, que afectó principalmente a las poblaciones rurales y a la clase trabajadora. De ahí que este descontento social generalizado encontrara su cauce en expresiones políticas como la de MORENA, que concentró muchas de las reacciones contra ese modelo.
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Pero, a pesar de aquel discurso neoliberal triunfalista y optimista, el crecimiento económico general siguió siendo modesto y no se alcanzó una prosperidad de base amplia, aunque sí llevó a plantear interrogantes respecto de la eficacia a largo plazo del modelo. Además, el debilitamiento de las instituciones estatales y el creciente control de los potentados económicos facilitaron la corrupción y el fortalecimiento del crimen organizado, erosionando aún más la confianza pública.
Finalmente, la simulación democrática tras el esquema bipartidista neoliberal, la exclusión de las voces de la disidencia y la concentración casi exclusiva en las prioridades económicas socavaron las instituciones democráticas y la participación, lo que generó el llamado a un cambio de rumbo radical.
Si todo lo padecido en México en los 36 años previos a la transformación le espera a la hermana República Argentina, entonces habrá que llorar por ella.
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