Por: Ricardo Monreal Avila
Literal, en 2024, el mundo y sus transformaciones nos cruzarán de cabo a rabo. Habrá que buscar la forma de adaptarse sin cerrarse, pero tampoco sin diluirse; es decir, buscando el justo medio.
En el año que comienza, la aldea global estará enfrentando no pocos riesgos y amenazas, acordes con las tendencias y los problemas actuales, ya que, a nivel geopolítico, por ejemplo, habrá que tomar en cuenta la escalada de los conflictos existentes.
Las tensiones siguen siendo altas en varias regiones del mundo, incluidos la península de Corea, el mar de China Meridional y Oriente Medio. Cualquier paso en falso o error de cálculo podría conducir a un conflicto más amplio.
Se deberá poner especial atención, también, a las secuelas del conflicto armado entre Rusia y Ucrania, así como a las de Israel y Hamás.
La guerra en Ucrania, por ejemplo, combinada con otros factores, como el cambio climático y el aumento de los precios de la energía, alteró el suministro mundial de alimentos y empujó a millones de personas al hambre, por lo que es previsible que esta situación empeore en 2024.
Asimismo, es importante dar seguimiento al aumento del nacionalismo y del populismo, ya que la erosión de la confianza en las instituciones tradicionales y la difusión de información errónea podrían conducir a una mayor polarización, y obstaculizar la cooperación internacional en cuestiones apremiantes.
En el mismo sentido, deberá hacerse frente a las herencias coloniales o imperialistas que han conseguido ahondar las divisiones y la desigualdad en comunidades tradicionales que ofrecen resistencia a los fundamentos de la globalización económica. Esto provocó cruentas guerras civiles, como la ocurrida recientemente en Etiopía.
En materia tecnológica, a medida que las naciones se vuelven cada vez más dependientes de la infraestructura digital, se incrementan los riesgos asociados con la ciberseguridad.
Tal situación se tradujo en un gran número de ataques cibernéticos que podrían alterar los sistemas críticos o la infraestructura estratégica, causando con ello daños generalizados.
Por otro lado, persisten los riesgos de salud pública.
La pandemia de la COVID-19 continúa, y la aparición de nuevas variantes podría representar una nueva amenaza para la salud mundial.
Además, otras enfermedades infecciosas, como las relacionadas con bacterias resistentes a antibióticos, también son una preocupación creciente.
Tampoco deben postergarse más los problemas derivados de la contaminación de aire, agua y suelo, que siguen siendo un reto importante en muchas partes del mundo, con graves consecuencias para la salud humana y el medio ambiente.
Del mismo modo, hay que acatar, a la brevedad, las medidas para limitar la desigualdad económica, pues la brecha entre personas ricas y en situación de pobreza se está ampliando en muchos países.
Por supuesto que no se deberían pasar por alto los impactos del cambio climático, que no han dejado de sentirse en todo el mundo en forma de fenómenos meteorológicos más extremos, aumento del nivel del mar y escasez de recursos.
Las consecuencias del cambio climático incluyen la pérdida de biodiversidad y, en México, este nos puede llevar al borde de la peor crisis hídrica en la historia.
Las 75 zonas metropolitanas, donde se asienta el 70 por ciento de la población nacional, padecerán algún grado de sed, racionamiento y tandeo, mientras que en el campo pueden repetirse sequías extremas, tierras sin cultivo, ganado sacrificado y migraciones masivas hacia la ciudad o al extranjero.
Habrá que pensar y presupuestar, ahora sí, en traer el agua desalinizada del mar, en captar agua de lluvia (la poca que caerá), en reparar las fugas en las ciudades o en todo eso al mismo tiempo, porque no solo es un tema de seguridad nacional, sino de sobrevivencia elemental y de estabilidad social y política…
Y no es catastrofismo, es realismo climático.
Pero no todo el panorama mundial o nacional es desalentador. La relocalización de las empresas trasnacionales (nearshoring) seguirá ayudando al empleo, a la inversión, a la balanza de pagos, al superpeso y al crecimiento económico.
Por primera vez en la historia económica del país, el sureste podrá ser tan atractivo —o más— que el norte, gracias al Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT), un proyecto que imaginó Humboldt, perfiló Juárez, contuvo geopolíticamente Díaz (quien desconfiaba de los estadounidenses), que postergó el canal de Panamá y, por fin, hicieron posible la 4T y el presidente López Obrador.
El Tren Maya, Dos Bocas y el CIIT romperán la leyenda negra de los dichos discriminatorios espetados alguna vez por Francisco Bulnes, mucho antes que Quadri: “la tragedia de México es que tiene medio cuerpo metido en el sureste…”, palabras más, palabras menos.
¿Qué hace falta para consolidar esta oportunidad histórica coyuntural de la relocalización económica postpandemia? Seguridad, educación y salud, justo hacia donde parece apuntar el segundo piso de la 4T.
Otro gran factor que nos alineará con el mundo en 2024 son las elecciones del 2 de junio en México; las más numerosas y extendidas de nuestra historia, con más de 20 mil cargos de elección popular en disputa y, probablemente, arriba de 80 mil candidatas y candidatos buscando el voto popular.
Sucede que más de 75 países, donde se asientan 4 mil 200 millones de personas (el 53 por ciento de los 7 mil 900 millones que cerramos el año pasado), tendrán algún tipo de elección presidencial, parlamentaria o local importante.
Es la mayor concurrencia de elecciones en la historia reciente, y se estima que pasarán 24 años para que vuelvan a coincidir.
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The Economist dedica su portada de fin de año a este tema y, junto con la de Estados Unidos, India, Rusia, Taiwán, Unión Europea e Indonesia, coloca a la elección mexicana entre las más importantes.
Destaca la alta posibilidad de que por primera vez una mujer, en específico la Dra. Claudia Sheinbaum, encabece la Presidencia de la República. También alerta del riesgo que representa para la democracia mundial que Donald Trump pudiera ganar la Presidencia de EUA (un puñado de votantes de un grupo de Estados de la Unión Americana estaría decidiendo la suerte de miles de millones de seres humanos en el resto del planeta).
En suma, en 2024 habremos de sentir, como pocas veces, lo que es vivir en un ecosistema global.
Que la soberanía sirva para tomar lo que sea bueno para nuestro país y dejar de lado lo que nos ponga en riesgo como Nación.
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