Por Ricardo Monreal Avila
Entre los poderes fácticos de la democracia estadounidense se encuentra el «Establishment» o «Bburocracia Imperial». Se trata de un conjunto de 18 Agencias de información y espionaje de todo tipo, desde políticas hasta financieras, que hacen reportes, informes y escenarios para los Departamentos de Estado, Justicia, Seguridad Nacional, Ejército y Marina.
Se mueven “por razones de Estado”, no por Memorándums del Presidente en turno, quien a veces es enterado a posteriori de sus incursiones.
El término “Burocracia Imperial” tiene una connotación crítica de la política exterior llevada a cabo por el vecino país del norte a través de distintos aparatos burocráticos, enfatizando el tamaño y potencial de esta superpotencia para ejercer poder o influencia en los asuntos internos de otras naciones.
Asimismo, el concepto “Establishment” se refiere generalmente a un grupo poderoso de personas en posiciones de autoridad, a menudo asociado con las élites tradicionales en los negocios, la política y los medios de comunicación. Su lado burocrático puede aludir a la vasta red de agencias gubernamentales, departamentos y personas funcionarias públicas que llevan a cabo las responsabilidades más elementales del Gobierno federal.
Cabe mencionar que se han acuñado otras expresiones para referirse a la burocracia imperial o “Establishment”; uno de las más conocidas es la de “Estado profundo”, que remite a una red oscura de agentes de poder que no son votados ni electos, pero que ejercen una influencia significativa entre bastidores.
Del mismo modo, se habla del “complejo militar-industrial”, término popularizado por el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower, cuyo propósito es describir la estrecha relación entre militares, contratistas de defensa y políticos que, según algunas opiniones, alimenta la política exterior intervencionista.
En la etapa de la Guerra Fría, la CIA encabezaba el “Establishment”, con carta blanca para infiltrar, neutralizar o derribar a Gobiernos considerados “no alineados” con los intereses de EUA. La Agencia estuvo detrás de varios golpes de Estado en naciones latinoamericanas; su intervención más terriblemente memorable fue en el derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende. De la presencia de la CIA en México hay diversos testimonios, como el reclutamiento del ex presidente Luis Echeverría.
Por otra parte, el caso “Irangate” fue un escándalo político que sacudió al Gobierno de Estados Unidos en la década de 1980, durante la administración del entonces presidente Ronald Reagan, quien autorizó en secreto la venta de armas a Irán, que en aquel momento se encontraba bajo un embargo de armamento.
El objetivo era utilizar la venta de armas como palanca para asegurar la liberación de rehenes estadounidenses retenidos por militantes respaldados por Irán en el Líbano. Los fondos de la venta de armas se desviaron luego para apoyar a los rebeldes, que luchaban contra el Gobierno sandinista —de izquierda— en Nicaragua, a pesar de la prohibición del Congreso estadounidense de ofrecer esa ayuda.
El escándalo del “Irangate” expuso una red de engaños, que involucraron una serie de violaciones a la normatividad en materia de política interior y exterior de los Estados Unidos, lo que condujo a audiencias públicas, renuncias y cargos legales o penales en contra de algunos altos funcionarios de la administración Reagan.
El FBI es otra de las Agencias poderosas con notable influencia al interior de la vida política estadounidense. Es conocido su papel en el caso “Watergate”, que condujo a la dimisión del presidente Richard Nixon y, en tiempos actuales, con el armado del expediente para acusar por sedición y evasión fiscal a Donald Trump.
Transcurren tiempos en que la geopolítica está adquiriendo un nuevo valor, por la transición de la hegemonía unipolar a la multipolaridad. Por otro lado, el tema de la delincuencia organizada y el tráfico ilícito de drogas juega un papel renovado para el injerencismo político (ojo: no se trata de dejar de combatir este flagelo de seguridad y de salud pública, sino de alertar sobre su uso político, tan dañino como el Fentanilo), y la DEA vino a desplazar a la CIA como punta de lanza.
Las comparecencias que tuvo ante el Capitolio Anne Milgram, titular de la DEA, y las iniciativas presentadas en los últimos dos años por legisladores predominantemente Republicanos, pidiendo considerar a México un “Estado narco terrorista”, son los antecedentes de la embestida sin precedente en la red social X (antes Twitter), desatada con los “hashtags” #NarcoPresidente y #NarcoCandidata.
La DEA debe sentirse agraviada por el gobierno de la 4T: los casos del General Cienfuegos y Ovidio; la reducción al mínimo de sus agentes en México, así como el caso de indefinición del origen del Fentanilo y el mínimo de extradiciones, la deben tener muy enojada. Pero de eso a entrometerse en el proceso electoral mexicano de este año, tratando de influir en un sentido o en otro mediante embestidas mediáticas (fallidas, hasta ahora), es una estrategia que deben revisar sus directivos. Sobre todo, si la intención es mejorar su desempeño y acrecentar la colaboración con México durante la próxima administración federal.
Este episodio injerencista del “Establishment” en la elección mexicana -desde la campaña en X hasta el asalto de la Embajada en Ecuador- coincide con el cambio de mando en el Consejo de Seguridad Nacional, en el área de Asuntos del Hemisferio Occidental, ahora a cargo de Daniel Erikson como Asesor principal, donde se percibe una línea más dura y ruda hacia México.
Ese intervencionismo coincide también con el cabildeo que realizan intensamente en EUA tres simpatizantes del frente opositor: Arturo Sarukhán, ex embajador de Felipe Calderón (Capitolio); Jorge G. Castañeda, ex canciller de Vicente Fox (Departamento de Estado), y Francisco Javier Cabeza de Vaca, ex gobernador panista de Tamaulipas en el Control de Inmigración y Aduanas de EUA (ICE por sus siglas en inglés).
Como siempre, los “neopolkos” mexicanos buscando ganar afuera lo que no pueden lograr adentro.
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