Por: Gilberto Solorza
La Ciudad de México volvió a quedar bajo el agua tras las lluvias de ayer. Las autoridades las llamaron “atípicas”, pero la realidad es que la capital se construyó sobre un antiguo cuerpo lacustre. Por eso, las inundaciones son casi inevitables. Esta característica geológica obliga a que el agua no tenga un drenaje natural eficiente, lo que hace que cada lluvia fuerte pueda convertirse en un problema grave para miles de habitantes.


Hace más de 500 años, los mexicas enfrentaron el mismo problema. Construyeron obras hidráulicas impresionantes, como el albarradón de Nezahualcóyotl, para proteger la ciudad. Sin embargo, esas estructuras no bastaron para evitar las inundaciones. A pesar de su ingenio, las soluciones de la época solo podían mitigar el impacto del agua, no eliminarlo por completo, debido a las limitaciones tecnológicas y al propio entorno lacustre.
Hoy, la ciudad consume enormes cantidades de energía y recursos en un ciclo contradictorio: trae agua de otros estados, como el sistema Cutzamala, y luego bombea las aguas residuales para no inundarse. Este sistema resulta costoso y poco sostenible, ya que la infraestructura hidráulica se encuentra en constante mantenimiento y expansión para intentar controlar algo que la naturaleza y el urbanismo han convertido en un reto monumental.
Durante el gobierno de Felipe Calderón se construyó el Túnel Emisor Oriente, una obra gigantesca para sacar el agua de la ciudad y descargarla en Hidalgo. La obra tardó más de una década, triplicó su costo original y fue inaugurada por López Obrador. Pese a su magnitud, este túnel no logró resolver el problema de raíz. La obra se diseñó como un parche a un sistema ya saturado y con problemas estructurales que exceden la capacidad de cualquier infraestructura singular.
Una solución que no alcanzó
A pesar de todo, la CDMX sigue inundándose. Antes de que terminara el túnel, el investigador Luis Zambrano, de la UNAM, advirtió:
“No hay sistema de drenaje que aguante una lluvia de más de 36 mm en hora y media… no hay forma de evitar las inundaciones de la ciudad.”
Estas advertencias muestran que la problemática es mucho más profunda que un simple fallo técnico. La expansión urbana desordenada, la pérdida de áreas naturales y la saturación del subsuelo dificultan aún más la gestión del agua, y sin un cambio en el modelo de ciudad, las lluvias seguirán causando estragos.
El problema es profundo y estructural. Cambiar la relación de la ciudad con el agua requiere una gestión inteligente y visión real. Y para eso, hacen falta gobernantes con dos gramos de cerebro. La capital no solo necesita infraestructura, sino políticas públicas que apuesten por la sustentabilidad y un desarrollo urbano planificado, porque mientras siga ignorando estas urgencias, las inundaciones serán un capítulo recurrente en su historia.
Mientras tanto, la capital seguirá bajo el agua.