Adviento político
Eduardo Meraz
El inicio del “adviento político” en México, versión 4T, si bien no fue exactamente cuatro domingos previos a la Navidad, la renuncia del fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, por la agitación generada, tampoco se prevé una temporada de reflexión, sino más bien la preparación adelantada del abanderado oficialista para 2030.
En México, la liturgia no es religiosa sino política: un adviento peculiar, teñido de guinda, que anuncia no la llegada del Niño Dios, sino la gestación de un nuevo heredero del poder.
De acuerdo con politólogos y comentaristas la salida, por voluntad propia o ajena, de Gertz Manero y la creencia popular de tener un gobierno con elevados niveles de corrupción, crea un clima de efervescencia política, por lo cual muchos esperan o alientan la continuación del “reacomodo” de piezas del ajedrez morenista.
¿Se trata de un reacomodo estratégico, de un sacrificio ritual, o del inicio de una nueva temporada de sucesión adelantada?
En medio de esta liturgia política, reaparece el ex presidente morenista. No lo hace con la solemnidad de un mesías, sino con la humildad aparente de un apóstol que regresa a predicar entre los suyos.
El pretexto es un libro, pero el verdadero propósito es más profundo: recomponer la unidad de su movimiento antes de que el desgranamiento se convierta en fractura irreversible.
Pudiera parecer coincidencia para ser realidad, pero al investigar sobre el significado de “adviento”, nos encontramos lo siguiente:
“La palabra ‘adviento’ proviene del latín adventus, que significa ‘venida’, y se refiere a las cuatro semanas de preparación para la Navidad. Este periodo siempre incluye cuatro domingos y comienza en la fecha más cercana a la fiesta de San Andrés Apóstol (30 de noviembre), extendiéndose hasta el 24 de diciembre”.
En la política mexicana, el adviento se ha transformado en metáfora de sucesión: un periodo de anticipación, de señales, de gestos que anuncian lo que vendrá.
La coincidencia temporal no es casual. La reaparición pública del ex mandatario en estas fechas sugiere un paralelismo con el calendario litúrgico; el “año litúrgico” del morenismo comienza no con villancicos, sino con discursos; no con nacimientos, sino con designaciones; no con pastores, sino con operadores políticos.
En este adviento político, los nombres de posibles sucesores desfilan como figuras en una procesión. Cada uno lleva su vela, su promesa, su aspiración. Algunos se muestran con sobriedad, otros con estridencia, pero todos saben que el tiempo sucesorio ha comenzado, que la liturgia exige presencia, que la comunidad espera señales.
La política mexicana, tan dada a los símbolos, convierte la sucesión en rito. Los discursos se vuelven homilías, los recorridos giras pastorales, las encuestas evangelios apócrifos que anuncian quién podría ser el elegido. Y en medio de todo, la figura del apóstol-guía, para mantener la cohesión de su iglesia política.
No obstante, la liturgia no garantiza la fe. Muchos se preguntan si el llamado a la unidad será escuchado, si la comunidad guinda seguirá al apóstol o si preferirá buscar nuevos profetas.
La corrupción percibida, la agitación interna, los intereses encontrados, son sombras que oscurecen las velas del adviento.
El adviento político no es exclusivo del morenismo; es, en realidad, una metáfora nacional: México vive en constante espera, en permanente preparación para lo que vendrá.
La política mexicana se ha convertido en un calendario litúrgico donde los tiempos se marcan no por fiestas religiosas, sino por renuncias, designaciones y giras.
El adviento político es la antesala de la sucesión, el periodo en que los símbolos se mezclan con las estrategias, en que los discursos se convierten en sermones y las plazas públicas en templos.
Cada renuncia, cada reaparición, cada discurso, prolonga la espera, la multiplica, la convierte en un ciclo sin fin.
México vive, en este fin de 2025, su adviento político. No es tiempo de recogimiento, sino de agitación; no es tiempo de silencio, sino de discursos; no es tiempo de nacimiento, sino de una sucesión que, adelantada, puede fracasar.








