Por: Gilberto Solorza
Este día Jerusalén amaneció marcada por el terror. Dos hombres armados subieron a un autobús de la línea 62 en el barrio de Ramot, al norte de la ciudad, y abrieron fuego contra los pasajeros.


El tiroteo dejó seis muertos y alrededor de quince heridos, varios en estado grave. Entre las víctimas figuraba Yaakov Pinto, un joven español de 25 años nacido en Melilla que vivía en Israel. Las fuerzas de seguridad abatieron a los atacantes en el lugar y cerraron todas las entradas y salidas de la ciudad mientras realizaban operaciones de control.
Hamas reivindicó la autoría y celebró el ataque. Ningún otro grupo se atribuyó la acción ni negó su participación, lo que deja a Hamas como único responsable reconocido. Sin embargo, el contexto político y financiero que rodea al grupo plantea preguntas sobre quién gana realmente con este tipo de episodios.
En mayo de 2025, el primer ministro Benjamin Netanyahu admitió que su gobierno permitió desde 2018 el envío de fondos de Qatar a Hamas. Contó con el aval del Shin Bet y el Mossad y lo presentó como una estrategia para dividir a Hamas y a la Autoridad Nacional Palestina, debilitando a las facciones moderadas. Negó que esos recursos financiaran directamente atentados como el de octubre de 2023, pero la revelación provocó un escándalo político en Israel y generó críticas internacionales.
La organización palestina atraviesa una crisis financiera que limita su capacidad para pagar salarios y mantener sus estructuras de control. En este escenario, los analistas señalan que cada ataque terrorista no solo refleja la acción de Hamas sino también un tablero político más amplio. El ministro de Seguridad Nacional aprovechó el tiroteo para llamar a armar a la población civil, medida que divide opiniones entre quienes buscan protección y quienes temen una escalada de violencia.
El concepto de “falsa bandera” también sobrevuela el debate. Estas operaciones encubiertas ocultan a los verdaderos responsables y culpan a otros para justificar represalias, obtener ventajas políticas o desestabilizar adversarios. Aunque no existen pruebas de que el ataque en Ramot responda a esta lógica, el conflicto israelí-palestino ha demostrado en numerosas ocasiones que la violencia y la manipulación política caminan de la mano.