Huachicol en todo
Eduardo Meraz
Los mexicanos hemos sido sujetos de robos constantes y de todo tipo; sustracciones más allá de los simples informes de inseguridad y asalto a los cuales nos tienen acostumbrados los gobiernos de la 4T. Lo más grave de esta nueva forma de vida es el robo -vía el huachicol- de la esperanza de un México mejor.
De acuerdo con la Academia Mexicana de la Lengua, en su Diccionario de Mexicanismos nos explica algunas acepciones de la palabra “huachicol”; además de ser un apodo para «forastero», otra de sus significados es «ladrón».
Por extensión, si huachicol es sinónimo de ladrón, entonces, unas autoridades partícipes, socias, permisivas, beneficiarias e impunes ante el huachicol, el cual no se limita a los combustibles, es un gobierno huachicolero.
Y no se trata sólo de un ladronzuelo, al cual llamar y pedirle nos robe -como cuenta la historia de la canción de la Sonora Santanera-, sino de un ente asaz malvado y corrupto que pretende quedarse no únicamente con las riquezas de la nación y de muchos mexicanos, sino de quitarnos la ilusión de vivir en un mundo regido por la ley, democrático y justo.
El cuatroteísmo ha hecho del engaño -el huachicol de la verdad- su “modus vivendi”, adoptando prácticas, usos y costumbres para quedarse con joyas y valores a cambio de dichos de bisutería, piratas, baratijas de fantasía, igual que como dicen algunos historiadores se hizo durante la conquista española.
Después de más de 500 años, el cuatroteísmo practica una forma extendida de huachicol —no solo como robo de combustible, sino como una cultura del engaño y saqueo institucionalizado.
Lo que más duele de esta descripción es el robo de la ley. Cuando el Estado no sólo permite sino perpetúa el huachicol, el término deja de referirse a un delito aislado y se convierte en una forma de gobierno: “gobierno huachicolero”, es aquel que no administra, sino que depreda; que no protege, sino que encubre; que no dirige, sino que roba.
Disfrazar cifras, maquillar resultados, vender como victorias lo que son retrocesos: eso también es una forma de robo. Robarle a la gente el derecho a saber, a entender, a decidir.
Y los huachicoleros políticos son los firmantes de concesiones y negocios turbios, el legislador que aprueba reformas que lesionan el bien común, el juez que tuerce la ley. Todos ellos practican una política huachicolera, donde se cambiaban oro por espejo, derechos por discursos, sueños por propaganda, democracia por simulacro.
Trueque respaldado por “programas sociales” a cambio de votos, de no exigir transparencia gubernamental, seguridad pública, medicamentos o servicios públicos de calidad, pero que se camuflan en decretos, mañaneras, comunicados oficiales y discursos masioseristas.
Así, reconocer la correlación entre huachicol y robo es el primer paso para desmantelar la narrativa cuatroteísta que normaliza la depredación. Hacer caso omiso de sus falsos baños de pureza y humildad, es desterrar la demagogia y empezar a exigir cuentas, defender la verdad, votar con criterio, resistir la propaganda.
Los proyectos, acciones y productos del “bienestar” que nos quieren regalar o vender desde Palacio Nacional tienen el apellido maldecido y, por tanto, nada bueno se puede esperar de ellos, así sean tiendas, farmacias, gas, agua, chocolate, tortillerías, gasolineras, aerolíneas y todo cuanto se les ocurra en los meses por venir.
Los sinónimos huachicoleros del bienestar en todo son: mala calidad, deuda, fracaso, desperdicio, corrupción.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
En esta ocasión deseo compartir con ustedes, la inmensa alegría de un amigo y colega periodista, Manuel Llarena, por los logros de una de sus hijas.
La ingeniera Montserrat Llarena Jiménez, Gerente de Operaciones Marítimas y Aéreas de Wideline, GANÓ la representación de América y México en el concurso internacional de la FIATA Federación Internacional de Asociaciones de Transitorios), que representa a la industria del transporte de carga y logística a nivel mundial.