Superman: ¿la bondad todavía importa en el mundo?


Por: Gilberto Solorza

Este fin de semana finalmente se ha estrenado Superman, el filme dirigido por el aclamado James Gunn —famoso por también haber dirigido la trilogía de Guardianes de la Galaxia de Marvel— con lo que se pretende dar un nuevo inicio al universo compartido de DC.

El filme, aunque ha recaudado en su primer fin de semana una cifra alrededor de 220 millones de dólares, apenas unos 5 millones por debajo de su costo de producción, no ha quedado exento de críticas, mismas que analizaremos a continuación.

Alerta: Hay una gran probabilidad de spoilers más adelante.

El papel del héroe

No hay duda alguna de que las películas de superhéroes llegaron para quedarse, pero es cierto que su representación ha cambiado a lo largo de los años. Lo que antes eran figuras que se dedicaban a hacer el bien y transmitir valores, ahora pueden ser oscuros y trágicos en una búsqueda hacerlos realistas, justo como lo intentó hacer Zack Snyder en su película Man of Steel del 2013, protagonizada por Henry Cavill.

¿El problema? La construcción base de lo que es Superman no funciona para ello. El héroe creado por Jerry Siegel y Joe Shuster es la personificación de la bondad, el honor y la justicia; un personaje que hasta se detendría en pleno vuelo para ayudar a bajar a un gato atorado en un árbol por más ‘cursi’ que eso parezca.

Y no es que Superman no se enfrente a situaciones oscuras o realistas. En la película recién estrenada, el protagonista, interpretado por David Corenswet, tiene que enfrentar las consecuencias de haber detenido una guerra entre los países ficticios de Boravia y Jarhanpur. Un acto que, si bien es honorable, no está libre de críticas sobre si realmente debía participar o no.

Las críticas que hacen todos los personajes hacia él lo llevan a un estado de crisis, donde en una entrevista con su novia Lois Lane —interpretada por Rachel Brosnahan— lo molestan y lo ponen malhumorado donde grita, se frustra y detiene todo; un nivel de estrés al que se le suma la revelación que sus padres kriptonianos lo enviaron en una misión de conquista y no de salvación.

Algunos han encontrado esta faceta de Superman extraña, tildándola de ‘cretino’ o ‘llorón’; sin embargo, esta reinterpretación del personaje busca humanizarlo, mostrar que incluso alguien con poderes casi divinos puede tambalearse ante el juicio de la opinión pública, la presión política internacional y la carga de un legado ambiguo. ¿Qué significa ser bueno cuando todo lo que haces es malinterpretado? Esa es la pregunta que la película plantea con fuerza.

¿Un superhéroe ‘progre’?

El canal de noticias Fox News criticó fuertemente al filme considerándolo ‘woke’ —lo que en español consideraríamos ‘progre’— pues la película tiene un gran mensaje antibelicista donde en el conflicto previamente mencionado hay una evidente relación al actual que existe entre Israel y Palestina; sin mencionar que Superman apoya a Jarhanpur (la “Palestina ficticia”) y el magnate Lex Luthor (Nicholas Hoult) se está haciendo rico vendiendo armas a Boravia (el “Israel ficticio), así como llegando al acuerdo de que él dirigirá buena parte del territorio conquistado.

Estas similitudes no pasaron desapercibidas para el público ni para los medios. Mientras algunos aplauden el valor del guion al tomar una postura clara en temas que el cine comercial suele evitar, otros acusan al filme de estar excesivamente politizado. Pero más allá de cualquier paralelismo geopolítico, la película plantea una pregunta incómoda: ¿qué rol debe jugar Superman en un mundo donde el poder se confunde con violencia y la neutralidad con cobardía?

James Gunn no se limita a mostrarnos un Superman musculoso y perfecto, sino que nos entrega a un personaje que se atreve a decir “no quiero matar, aunque tenga el poder para hacerlo”. Este enfoque va contra muchas convenciones del cine de acción contemporáneo, donde los héroes suelen resolver los conflictos con una explosión o un golpe final espectacular. Aquí, el clímax no está en la pelea, sino en la decisión de no pelear.

Este Superman se rehúsa a ser un arma, se niega a seguir órdenes solo por el bien del statu quo y, en cambio, intenta construir puentes en vez de levantar muros. ¿Eso lo hace débil? Para algunos críticos, sí. Para otros, es justamente esa resistencia moral lo que lo vuelve relevante. En tiempos donde lo fácil es volverse cínico, la película apuesta por la bondad como forma de resistencia política.

Y es que, al final, lo que incomoda no es que Superman sea progre, sino que el filme se atreva a decirnos que el poder no sirve de nada si no se usa para proteger a los más débiles. Que la bondad no es ingenuidad, sino coraje. Y que incluso en un mundo dividido, aún podemos aspirar a tener héroes que no se ensucien las manos solo porque todos los demás lo hacen.

En conclusión, este nuevo Superman puede que no sea el que algunos esperaban, pero quizá sí el que necesitábamos: uno que, en lugar de encarnar nuestras fantasías de fuerza, nos confronte con la necesidad —y la dificultad— de seguir siendo buenos. Porque sí, la bondad todavía importa. Especialmente cuando todo alrededor intenta convencernos de lo contrario.

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