De “radical chics” a “radical cash”
Eduardo Meraz
Hace medio siglo, en su años mozos, muchos de los hoy dirigentes de Morena y de otros partidos políticos integraban el conglomerado clasificado, en aquel entonces, como los “radical chic”, por ser hijos de familias con cierto confort, pues su ingreso a universidades o instituciones de educación superior, se tradujo en pensamientos de izquierda, con Cuba como estandarte.
Hoy, cinco décadas más tarde, sin haber renegado de los beneficios del desarrollo estabilizador y el neoliberalismo que les permitió tener estándares de vida lejos de la pobreza y más lejos aún de la pobreza extrema, los beneficiarios de su militancia morenistas, “padres y cachorros de la transformación” se dan vida de pachás.
Ellos fueron recipiendarios de los beneficios y esquemas de seguridad social de los gobiernos posrevolucionarios, quieren borrar ese pasado, al cual sienten ominoso, por haber tenido mejores resultados a los actuales, hoy se agrupan, se funden y confunden con prianistas para formar el clan de los “radical cash”.
Son aquellos que en tiempos pretéritos marchaban, hacían mítines y exigían espacios de participación política y poco a poco lograron abrir el cerrojo tricolor, en estos días recurren a marrullerías e ilegalidades para acallar, descalificar y denigrar las voces que demandan lo mismo que ellos.
Podría decirse que se encuentran atrapados en una especie de “síndrome de Estocolmo político”, pues todas las malas artes de quienes fueron sus opresores en la segunda mitad del siglo pasado y los inicios del presente, las han hecho suyas con creces.
No sólo adoptan las mismas actitudes y poses de quien los maltrató en el pasado, ahora han aprovechado la inercia para mejorar esos métodos persuasivos, que ven ya como “old fashion”, o en términos más actuales “vintage”.
Lo de hoy para esta “nueva clase política” es hacer suyo el apotegma hankiano -de Carlos Hank-: un político pobre, es un pobre político, por lo cual se han vuelto metodistas, le meten a todo aquello que signifique negocios lícitos, ilícitos o lisitos, hasta caer en exageraciones y dispendios similares a uno de sus aliados favoritos: la delincuencia organizada.
No se trata solo de contradicciones personales. Es un patrón generacional que se repite en múltiples contextos: la izquierda que accede al poder muchas veces termina por replicar el modelo del que se intentó distanciar.
Y para que no quede huella, que no y que no, la clase en el poder sabe que ese pasado en el que se forjaron y ahora reniegan de él, debe ser visto como una sombra que hay que borrar, no como un periodo que merece análisis objetivo.
La nueva clase gobernante de izquierda, fusionada ya con los cuadros más oportunistas y deshonrosos de la llamada “dictadura perfecta”, se disfraza de radicalismo mientras practica un pragmatismo sin escrúpulos. El discurso se mantiene duro, combativo, revolucionario; pero la práctica política es conservadora, excluyente, autoritaria y sobre todo monetizable.
Y para evitar todo sentimiento de culpa y tenerse que dar golpes de pecho, los transformistas se justifican diciendo que es la estructura misma del sistema la que los obliga a enriquecerse hasta la saciedad -siempre en cash- y adaptarse para sobrevivir.
No es que hayan dejado de ser radicales; es que han redefinido el radicalismo como una estrategia de acumulación, no de transformación.
Así, México asiste al espectáculo de una elite que en sus orígenes se mostraba íntegra, vertical, hasta romántica. Hoy, proclamándose transformadora, perfecciona las herramientas opresivas del pasado, con un discurso de ruptura.
El confort del cargo y la legitimación institucional son poderosos anestésicos del radicalismo original. Los “radical cash” ya no quieren cambiar el sistema; quieren volverlo fuente eterna de riqueza y poder, y también pretenden heredar este legado supuestamente transformador.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Una pregunta capciosa. ¿Quién de los últimos dos o tres ex presidentes caerá primero? En todos los casos, su pasado los condena.