Por: Fernando Dávila
La Noche de San Juan no es una noche cualquiera. En muchas culturas, representa un cruce simbólico entre lo viejo y lo nuevo, lo contenido y lo liberado. Una noche en que el deseo, el fuego y lo irracional arden con permiso.





En el Instituto Cultural Helénico, esa atmósfera encendió también a La señorita Julia, una tragedia escrita en 1888 que, más de un siglo después, sigue quemando.
Considerada un parteaguas en el drama naturalista, La señorita Julia, de August Strindberg, rompió con el idealismo teatral de su tiempo. En lugar de héroes o finales perfectos, Strindberg puso en escena a una mujer aristócrata que, en el transcurso de una sola noche, desciende (literal y simbólicamente) a la cocina de su casa para seducir a su criado. El deseo femenino se volvió conflicto y, con él, se encendieron tabúes de género, clase y poder.
Hoy, esa incomodidad sigue vigente.
“Se estudia como un dramaturgo misógino”, reconoce Ángel Altamira, actor que interpreta a Juan. “Pero nuestra directora, Jessica Cortés, cree que el texto puede resignificarse. Aunque hayan pasado cien años, seguimos repitiendo patrones.”
La versión de Bregel Producciones lleva la obra al escenario de la Capilla Gótica. La acción transcurre en una única noche: la aristócrata Julia coquetea con Juan, el criado, desafiando las convenciones de su clase y su género. Entre ellos se juegan el poder, el deseo, la humillación y el abismo que los separa.
Brenda Álvarez, quien interpreta a Julia, lo resume así: “Queremos dejarle al público una reflexión: ¿estamos bien como sociedad?, ¿estoy bien con las decisiones que tomo?”
Cada actor encontró, en su personaje, un espejo. Ana Lorena Rodríguez, quien da vida a Cristina, la cocinera y prometida de Juan, descubrió que incluso el personaje más religioso esconde grietas:
“Cristina me hizo cuestionar qué tan válida es la fe como justificación de nuestras acciones. Y también cómo cargamos traumas o valores heredados desde la infancia”.
La observación de Rodríguez se puede entender mejor con lo que decía el sociólogo Pierre Bourdieu: muchas veces no seguimos las reglas solo porque alguien las impone, sino porque se aprende desde la infancia y se ve como “lo normal”. Y Cristina, la cocinera, es ejemplo de eso. Parece aceptar su lugar sin protestar, pero también observa y juzga cuando los demás se salen de lo establecido.
Por otro lado, Julia no acepta ese lugar. Ella intenta salirse de lo que se espera de “Una mujer decente”, y en esa lucha se encuentra con todo lo que la sociedad le ha enseñado que debe de ser. Como diría la especialista de género, Judith Butler, su caída no es solo una historia personal, es el reflejo de cómo las normas siguen marcando lo que una mujer puede o no puede hacer, incluso hoy.
La señorita Julia incomoda porque desnuda tensiones que persisten. Y aunque cambien los trajes o los códigos sociales, la pregunta que deja flotando sigue vigente.
Esa noche, bajo la sombra del fuego ritual, una duda quedó suspendida entre los aplausos: ¿seguimos siendo los mismos de hace cien años, aunque usemos otras palabras?
La señorita Julia llega al final de su temporada. Las últimas funciones serán el 24 y 25 de junio a las 20:00 horas en el Instituto Cultural Helénico.