Desde pequeña, Jazmín Bonilla fue testigo de las injusticias que enfrentaban quienes vivían a su alrededor. Fue en ese entorno, donde nació su deseo de luchar por un sistema de justicia más justo. Hoy, con más de 20 años de experiencia en el Poder Judicial, Jazmín se postula para la Suprema Corte de Justicia de la Nación, una aspiración que refleja su compromiso con un sistema que no solo dictamine sentencias, sino que también sea accesible y sensible a las realidades de la gente.
De un taller mecánico a la justicia constitucional
Nacida en un entorno marcado por el esfuerzo y la dignidad del trabajo manual, Jazmín Bonilla recuerda el ruido de las herramientas, el olor a aceite y las manos curtidas de su padre, un mecánico autodidacta que forjó su oficio “en la calle”. Su madre, comerciante tenaz y sin estudios superiores, fue la administradora del hogar y del ejemplo. Así se crió Jazmín: entre la dureza de los motores y la calidez de una familia que hizo del trabajo su estandarte.
La justicia, dice, no la encontró en los libros sino en la vida misma: en las injusticias que veía cometer contra los trabajadores que colaboraban con su padre, en las escenas de películas que la indignaban y en su profunda sensibilidad por quienes sufrían sin que nadie les tendiera la mano.
“Desde niña sabía que quería ser abogada. Me preguntaban qué quería ser de grande y no lo dudaba. Lo decidí no desde la comodidad, sino desde la observación cruda de lo injusto”, afirma.
De becaria a posible ministra
El camino no ha sido sencillo. La crisis económica de 1994 golpeó duramente a su familia, lo que obligó a Jazmín a estudiar con becas, sabiendo que su permanencia en escuelas privadas dependía de mantener un rendimiento impecable. No lo solo lo logró, sino que fue reconocida por la UNAM como la mejor promedio del sector. Esa misma disciplina se tradujo en excelencia profesional.
Ingresó al Poder Judicial en 2005 como oficial judicial tras haber pasado por el riguroso proceso de “meritorias”, y fue ascendiendo con paso firme: secretaria proyectista, secretaria de tribunal, colaboradora de ponencias de ministros… y hoy, tras dos décadas de carrera, postula con fuerza para ocupar una silla en la Corte Suprema.

“Mi historia profesional es también una historia de reciprocidad. La beca que tuve la devolví con compromiso. Cada sentencia que he elaborado ha sido con la conciencia de que detrás de cada expediente hay una vida”, expresa Bonilla con mirada serena.
Una visión transformadora de la justicia
Su candidatura no es simbólica. Bonilla ha ganado concursos de méritos, incluyendo uno exclusivo para mujeres, con el mejor puntaje. Desde la Segunda Sala de la Suprema Corte ha impulsado reformas prácticas, eficaces y legales sin necesidad de esperar cambios legislativos.
“La justicia no puede ser una abstracción. Una persona ciega debe poder leer su sentencia. Una persona migrante, una mujer indígena, un adulto mayor, no deben quedarse fuera del sistema por razones estructurales. Para mí, eso no es optativo, es esencial”, afirma.
Una de sus imágenes más poderosas es la de un mural dentro de la Suprema Corte, donde aparecen cajones y expedientes olvidados, con ojos dibujados que la observan. “Esos ojos son los de la gente que espera justicia. No son papeles, son personas. Y eso lo tengo presente cada día.”
Neutralidad política, docencia y legado
Fiel defensora de la independencia judicial, Bonilla ha sido tajante en su postura: nunca ha pertenecido a ningún partido político y considera inaceptable cualquier intromisión del legislativo o ejecutivo en la labor del juzgador. Su vocación no se reduce a los tribunales; también enseña, da conferencias, escribe y promueve que nuevas generaciones –especialmente mujeres– encuentren camino en la justicia.
“Si no llego a ser ministra, seguiré siendo magistrada. No estoy aquí por ambición, sino por convicción. La toga no cambia quién soy ni mi compromiso con el servicio público”, sentencia.
El 7 de diciembre de 2002, Jazmín tomó una fotografía frente a la Suprema Corte. Años más tarde, su amiga se la devolvió con una dedicatoria: “Cuando llegues aquí, no olvides de dónde vienes”. Hoy, esa imagen simboliza su historia: una mujer que, desde la sencillez de un hogar trabajador, aspira a ocupar el máximo cargo en la impartición de justicia en México.
“Justicia no es rapidez. Es sensibilidad, integridad y cercanía con la realidad”, concluyó