Por: Gilberto Solorza
Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo celebró la caída de los regímenes fascistas, creyendo que el nacionalismo extremo y el conservadurismo autoritario habían sido erradicados.


Sin embargo, décadas después, la ultraderecha no solo ha resurgido, sino que ha ganado popularidad en todo el mundo. ¿Qué explica este fenómeno? La respuesta no es simple, pero tiene raíces históricas, económicas y culturales que vale la pena explorar.
Un retiro estratégico, no una desaparición
Aunque los regímenes fascistas colapsaron en la primera mitad del siglo XX, la ideología de ultraderecha nunca desapareció por completo. En lugar de extinguirse, se transformó. Cambió su apariencia, ajustó su discurso y se adaptó a los nuevos tiempos. Según el periodista Davide María de Luca, los primeros indicios de este resurgimiento se remontan a la posguerra, cuando grupos conservadores y anticomunistas comenzaron a ganar influencia.
En países como México, organizaciones paramilitares como “El Yunque” surgieron con agendas extremistas, persiguiendo a comunistas, masones y judíos. Este impulso conservador y religioso se extendió gradualmente, sentando las bases para lo que hoy vemos en partidos como Fratelli d’Italia en Italia, Vox en España, el Frente Nacional en Francia y el Partido Social Liberal en Brasil. Incluso figuras como Donald Trump en Estados Unidos han capitalizado este giro hacia el nacionalismo y el proteccionismo.
El miedo como motor político
La razón principal detrás del auge de la ultraderecha es el miedo. En tiempos de incertidumbre económica, como la recesión global de 2008, los discursos nacionalistas y proteccionistas encuentran un terreno fértil. Los líderes de ultraderecha ofrecen soluciones aparentemente simples a problemas complejos: cierres de fronteras, reducción de la inmigración y promesas de recuperar una supuesta “grandeza perdida”.
Este mensaje resuena especialmente en sociedades que se sienten amenazadas por cambios culturales y económicos. La culpa, según estos discursos, recae en las minorías, los inmigrantes o cualquier grupo que pueda ser señalado como responsable de los males sociales. Este mecanismo no es nuevo; de hecho, guarda similitudes con las estrategias utilizadas por líderes fascistas del pasado, como Adolf Hitler, quien también construyó su poder sobre el miedo y la división.
Un discurso modernizado
Aunque el lenguaje ha evolucionado, los principios subyacentes siguen siendo similares. En lugar de hablar abiertamente de superioridad racial, los líderes de ultraderecha ahora enfatizan la protección cultural y la defensa de una democracia “auténtica”. Este enfoque les permite atraer a un electorado más amplio, incluyendo a quienes se sienten alienados por los avances en derechos humanos y libertades individuales.
Un fenómeno que llegó para quedarse
Es un error pensar que la ultraderecha es una moda pasajera. Su crecimiento responde a una combinación de factores económicos, culturales y políticos que se han gestado durante décadas. Los avances en igualdad y diversidad han generado una reacción conservadora que busca restaurar un orden tradicional basado en jerarquías y valores “tradicionales”.
En un mundo cada vez más globalizado y cambiante, la ultraderecha ofrece una narrativa de seguridad y estabilidad, aunque sea ilusoria. Su capacidad para adaptarse y reinventarse sugiere que no desaparecerá pronto. Por el contrario, seguirá siendo una fuerza influyente en la política global, desafiando a las democracias y redefiniendo el debate público.