Reforestación y paz

Por Ricardo Monreal Avila

Mientras Vladímir Putin, presidente de Rusia, anunciaba que la autorización dada por Estados Unidos a Ucrania para utilizar misiles teledirigidos de largo alcance contra objetivos militares rusos equivalía en los hechos a una declaratoria de guerra entre ambas potencias, en el otro lado del mundo, en la cumbre del G20 en Brasil, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, hacía a las y los dirigentes más importantes del mundo una propuesta de paz vinculada a un programa de contenido cien por ciento ecológico: contribuir a la paz en el mundo a través de un programa universal de reforestación, “Sembrar la paz, no la guerra”. “Resulta absurdo, sin sentido, que haya más gasto en armas que para atender la pobreza o el cambio climático”, señaló atinadamente nuestra mandataria.

¿Cuál es la vinculación entre la preservación del medio ambiente y la pacificación del planeta? ¿De qué manera la reforestación de éste ayudaría a alcanzar la paz mundial? Para responder a estas preguntas fundamentales es preciso establecer que la vinculación entre la protección del medio ambiente y la pacificación planetaria tiene un carácter profundo y multifacético.

Existe una diada indisoluble, incluso histórica, entre los recursos y los conflictos de tipo bélico. La escasez de recursos naturales como agua, tierra cultivable y materias primas genera tensiones geopolíticas. Así, la conservación ambiental ayuda a gestionar equitativamente estos recursos naturales, reduciendo el riesgo de conflictos o guerras por su control.

Otra vinculación de la misma naturaleza se da entre la reforestación y la estabilidad social. La reforestación contribuiría, por ejemplo, a la paz mundial mediante la generación de empleos en comunidades vulnerables; la consecuente mejora de condiciones económicas locales; la reducción de la migración forzada por degradación ambiental, y la estabilización de ecosistemas que sostienen comunidades o grupos poblacionales de corte rural o semiurbano.

También es importante señalar que estas iniciativas de sostenibilidad deben contar con un contexto de cooperación internacional, pues los desafíos ambientales requieren colaboración global, en la que hay que auspiciar el fomento al diálogo entre naciones; la construcción de acuerdos multilaterales; la interdependencia positiva; objetivos comunes más allá de diferencias políticas, como los convenios relacionados con el combate al cambio climático (Acuerdos de París) y, en suma, las relaciones multilaterales para la cooperación y el desarrollo.

La preservación ambiental tiene amplias implicaciones en el desarrollo de una cultura de paz, en virtud de que el impacto climático se encuentra muy ligado a esta primera variable; en tanto que el cuidado del medio ambiente redunda directamente en la mitigación de riesgos de conflictos originados por desplazamientos poblacionales por cambio climático, hambrunas, pérdida de territorios habitables o degradación de ecosistemas naturales.

En esencia, el cuidado del planeta y la protección de los recursos naturales significan una clara inversión en las condiciones fundamentales para la convivencia pacífica y la estabilidad de las relaciones entre pueblos o naciones.

Por otro lado, no se pueden soslayar las soluciones tecnológicas. En el contexto de la crisis sanitaria, por ejemplo, algunos países apostaron por procesos de innovación y fortalecer el uso de las tecnologías de la información y la comunicación para sortear y contener los efectos de un fenómeno global pernicioso, como la pandemia. Lo propio puede hacerse para enfrentar uno de los principales problemas de la agenda internacional: el cambio climático.

Por ello se debe reconocer la importancia de la colaboración, la cooperación, y el intercambio de experiencias y tecnologías para avanzar en procesos de digitalización que consigan mitigar los efectos de este tipo de problemáticas globales y soportar los ecosistemas naturales, productivos, educativos y de servicios públicos. Lo contrario, la guerra, conlleva efectos devastadores en todos estos ámbitos.

Las guerras producen, ante todo, una afectación al medio ambiente. Acabar con “el enemigo” es acabar también con su entorno: el hábitat, el conjunto de recursos naturales que dan vida, sustento y protección al “objetivo” por exterminar, al enemigo que se pretende eliminar.

Por ello, el derecho internacional humanitario prohíbe el uso del medio ambiente como arma, es decir, veta los ataques deliberados contra el medio ambiente natural y, en particular, la destrucción de recursos naturales y el uso de técnicas de modificación ambiental, como los herbicidas, germicidas y ecocidios en general. Asimismo, exige que antes de iniciar un ataque militar se contemple el impacto ambiental que tendrá.

Pero no sólo el medio ambiente y los recursos naturales son víctimas pasivas de las guerras existentes. Según la ONU y el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, en 2022, de cada diez conflictos bélicos nacionales o internacionales en el planeta (que ocasionan el desplazamiento de más de 80 millones de personas), cuatro son disputas por control, acceso o distribución de recursos naturales; el más importante de ellos es el agua, afectado por el calentamiento global, fenómeno al cual contribuyen también los gases de efecto invernadero, por la quema de combustible fósil, para la generación de energía eléctrica o para alimentar los motores de vehículos, y por el ensayo cada vez más creciente de armas químicas y nucleares.

En su frontera sur, México sufre el efecto del círculo vicioso del calentamiento global, la sequía en el campo, la migración masiva, la violencia y el crimen organizado que padecen los países del Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador), y que también se reproduce internamente en algunas regiones de nuestro país.

La propuesta de nuestra presidenta es concreta y puntual: destinar el uno por ciento del gasto militar para poner en marcha el programa de reforestación más importante en la historia de la humanidad: “liberar unos 24 mil mdd al año para apoyar a 6 millones de sembradores de árboles, que reforestarían 15 millones de hectáreas, algo así como cuatro veces la superficie de Dinamarca; toda la de Guatemala, Belice y El Salvador juntos, o 30 % de la de Suecia”; es decir, pasar del círculo vicioso de cambio climático-deforestación-migración-crimen-guerra al virtuoso de árboles-oxigenación-arraigo-bienestar-paz.
“Dejemos de sembrar guerras; sembremos paz y sembremos vida”.

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