Por Ricardo Monreal Avila
Entre los efectos colaterales del triunfo electoral de MORENA el pasado 2 de junio está el desdibujamiento del maridaje entre los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN); la decadencia de la impronta neoliberal y, de manera destacable, la pérdida de registro del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que fue la mayor organización de izquierda del país durante un cuarto de siglo.
Es importante hacer un balance de las ingentes luchas sociales que se encuentran entre sus antecedentes, las circunstancias de su irrupción en el escenario político nacional, sus aciertos y errores, para que las organizaciones afines a la izquierda mexicana, presentes y futuras, los tengamos presentes.
En 1989, nace el PRD como la suma de organizaciones de izquierda y movimientos ciudadanos que participaron en las elecciones presidenciales de 1988, en torno al liderazgo político del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas. Aquellos comicios marcaron el principio del fin del PRI como partido hegemónico.
No obstante, el nacimiento del partido del sol azteca estuvo precedido por una larga historia de movimientos de izquierda, que transitaron entre la disyuntiva de partidizar la causa o mantenerse en una posición antisistema desde las sombras. Así, la izquierda partidista mexicana tuvo distintos episodios: desde la clandestinidad, pasando por la aceptación de las reglas del sistema político y su inclusión en él, hasta la lucha por el poder político como una opción real.
Tras varios intentos de posicionar a un partido de izquierda frente a las tendencias avasalladoras del régimen y recurrentes crisis financieras, institucionales y fiscales del Gobierno, en los años 80 del siglo XX se dio un hito en la serie de esfuerzos de unificación y formación de un gran bloque de izquierda.
Distintas organizaciones políticas se sumaron a las discusiones, entre ellas, el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), la Corriente Socialista (CS), el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), la Unidad de Izquierda Comunista (UIC) y una parte del Partido Socialista de los Trabajadores (PST).
Para priorizar las afinidades de los grupos progresistas, alejándose de la atomización que dificultaba la consolidación de un bloque competitivo de izquierda, el Partido Mexicano Socialista (PMS), conformado por PMT, PSUM, PST y otros grupos, emerge en 1987 como frente opositor al partido en el poder, postulando a Heberto Castillo como candidato, quien declinó a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, aspirante del Frente Democrático Nacional (FDN), integrado por disidentes del PRI y partidos de izquierda.
Este esfuerzo de unidad lograría el impulso necesario para crear el PRD en 1989. El otrora gran partido de izquierda vería la luz al fusionarse el PMS con el nacionalismo revolucionario que defendía la Corriente Democrática (ala de corte socialista escindida del PRI). Concurrieron igualmente otros movimientos y organizaciones sociales inconformes con los resultados electorales de 1988 y el evidente fraude cometido contra el FDN.
A partir de su registro formal, el PRD se consolidó como un partido que dio identidad nacional y programa político a movimientos urbanos, obreros, campesinos, estudiantiles y culturales que postulaban el nacionalismo, la soberanía y la justicia social como banderas de lucha ciudadana.
Frente al régimen de concertación de Carlos Salinas con el PRI y el PAN —el famoso PRIAN, que este año fue vencido en las urnas—, para poder gobernar y consolidar su proyecto económico neoliberal, el PRD supo resistir, oponerse y sobrevivir al sexenio (durante el cual asesinaron a más de 600 de sus militantes, por motivos políticos), impidiendo la consolidación de un sistema bipartidista en el país. Este fue uno de los logros más visibles bajo la conducción del ingeniero Cárdenas.
Con Ernesto Zedillo en la Presidencia, el partido supo guardar —con AMLO en la dirección— el equilibrio entre opositor duro y movimiento que logró avanzar impulsando reformas electorales estratégicas y ganando elecciones estatales al PRI y al PAN.
Con la buena conducción de liderazgos, como el del hoy presidente de la República, el PRD dejó de ser un partido testimonial o marginal de izquierda, para volverse una opción competitiva y atractiva para millones de compatriotas en muchas regiones del país. Entre 1997 y 2000, además de triunfar en la CDMX, tuvo una bancada importante en la Cámara de Diputados y logró victorias en estados y municipios relevantes. Supo ganar elecciones y gobernar, a partir de programas sociales que lo distinguieron y diferenciaron claramente del PRI y del PAN.
Con Fox y Calderón, el PRD experimentó su pico más alto, pues en el ambiente político se vislumbraba como algo muy probable ganar la Presidencia en las urnas. Sin embargo, el fraude electoral de 2006 detonó una de sus mayores encrucijadas.
Frente a los estragos del agotamiento político y el síndrome de Moisés o el predicador en el desierto: “¿negociamos para avanzar o bregamos una eternidad?”, surgieron dos posturas estratégicas, el gradualismo y el radicalismo (que pugnaba por mantener las raíces populares del partido). El primero implicaba negociar posturas, programas y políticas con el Gobierno; el segundo sostenía no perder la identidad popular, opositora y antisistema del movimiento.
Con Peña Nieto, el gradualismo devino en pactismo (con la firma del Pacto por México), lo que obligó al deslinde y separación del obradorismo y condujo al posterior surgimiento de MORENA. Los líderes históricos del PRD, como Cárdenas y Muñoz Ledo, también se separaron y el otrora eje de la izquierda quedó reducido a un partido de cuadros, mas no de masas.
El mal llamado Pacto por México significó la confabulación de las cúpulas partidistas para urdir una serie de reformas “estructurales”, de espaldas al pueblo y en total contravención del interés público. Eso potenció la plataforma de acción política de MORENA, así como su capacidad concentradora de las fuerzas de izquierda.
La alianza con PRI y PAN fue la puntilla. Deslavado ideológicamente, el pez menor fue tragado por el cardumen mayor. Regresar al origen, retomar la senda, sumarse a la nueva izquierda que gobernará al país por varios años más es la opción que tienen las y los perredistas originarios y originales. Hay vida después de este trance, porque la pérdida de un registro no significa la muerte de una opción histórica.
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